RECUERDOS DE COMITAN
DEL SIGLO XIX

A mediados del siglo XIX las fincas de la región de Comitán, eran propiedad de los señores más ricos de la misma. Eran grandes extensiones de terrenos medidos por caballerías; tanta tierra de montes, tanta para siembra, tanta para potreros; por lo tanto, el tener hombres que trabajaran en estas actividades eran indispensable; y, mientras más gente se tenía, la finca cobraba más poderío y así los dueños decían “tengo mi finca con tantos mozos”, y se consideraba deslealtad entre los finqueros recibir gente que ya estaba radicada en otra finca.
Los llamados mozos vivían alrededor de la finca, en casas de techos de paja o palma y paredes de caña de maíz, carrizos o estacas de madera. Casas que, formando pequeñas calles, rodeaban la “casa grande” donde vivían los patrones.
Por este derecho de vivir en la finca y tener pequeñas parcelas para sembrar daban una semana de “baldío”, o sea que trabajaban sin que se le pagara. Los hombres trabajaban en cuadrillas en las siembras del patrón, mientras que las mujeres trabajaban como molenderas y haciendo las tortillas. Molían en metates la sal que lamería el ganado y en tiempo de cosechas del café, en metates lo despulpaban y era recibido en grandes pieles de ganado para llevarlo a las secadoras.
Los jóvenes prestaban su servicio como “caballericeros”; es decir, encargados de las caballerizas, de cuidar los caballos, los burros manaderos y las yeguas finas que tenía el patrón. Los niños eran “porteros”, cuidaban las puertas de entrada a la majada, el gallinero y los cerdos y estaban atentos a las peticiones de la familia en la puerta del comedor a la hora de las comidas. A los peones ya viejos se les llamaba los “reservados” y solamente servían para cuidar rebaños de ovejas o llevar recados a las fincas vecinas y encargos a las mismas.
Por lo tanto, toda la familia daba servicio a los patrones y los mozos que no tenían ocupación en la finca, eran llamados a Comitán para que el patrón los pusiera a trabajar en casas particulares quitando el monte, cargando agua, tirando basura u otras ocupaciones; y era el patrón a quien se pagaba el jornal del día de trabajo. Los mozos dormían en cualquier rincón de la casa y traían su “bastimento”, consistente en tortillas y pozol.
El resto de tiempo, una vez dada la semana de “baldío”, el mozo podía trabajar en sus siembras o ganar con el patrón un salario muy bajo, por lo que siempre estaba en deuda con él ya que pedía dinero cuando lo necesitaba por enfermedades o bien para fiestas como la de Todos lo Santos, Semana Santa, bautizos o bodas. Pedían dinero al patrón y nunca terminaban de pagar sus deudas que pasaban de padres a hijos.
Endeudados, temerosos siempre de los castigos del patrón, si pretendían salir del poder del ladino, el miedo a la brujería, las creencias en los males puestos por espíritus, el pucuj o sea el diablo, el canto de la lechuza, el pájaro llamado Tí que cuando canta cerca puede romper el machete, el mal de ojo a los niños, todo hacía al indígena un ser triste y sin esperanza.
Sin embargo en la casa grande todo funcionaba en perfecto orden y cada uno desempeñaba sus tareas con sumisión y respeto.

© Marta Dolores Albores Albores.

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