Elogio a la Marimba

Un árbol clavado en la montaña, hace mucho tiempo que enamora al viento, al viento que retoza descalzo entre sus ramas.

El hacha que derribó a este árbol de hormiguillo, aún guarda en su filo, secretos de fragancia y de dolor. ¡Qué nostalgia en sus pedazos que sueñan con el trino de los pájaros que anidaron en su frondal!. Añoranza de aleteos de aquellas aves que recientemente fueron editadas por la primavera.

Un árbol de hormiguillo es una rememoranza de selvas; paso de los soles que regaron al aire, la dorada moneda de sus hojas; ronda redonda que provocó la flauta del viento; árbol testigo de lunas; juez en la disputa que sostiene la brisa con la lluvia.

¡Y qué largo el llanto del hormiguillo que gime bajo las nubes que siempre pasan con su pañuelo del adiós… ¡Qué breve aquel primer canto del pájaro niño que descubre al aire para convertirse tan sólo en un punto suspensivo, prendido en el azul espacio!

Y aquí está este árbol perennemente vivo, llena su madera de la música que robó a los cristales del río; el hormiguillo cumple su destino de garganta prestada al viento; boca que pronuncia polen, luz, armonía…

Engarzados los pedazos de madera, vuelto marimba, el árbol talado se torna caracola y como que nos trae cascabeles del mar en aquella antigua lección aprendida de las olas.

En el origen musical de Chiapas, el árbol de hormiguillo, despedazado, aún tiene esencias astrales, olor de lirios silvestres, sonajas prestadas a los arroyos que brincaron descalzos por el bosque.

¿Del Africa negra llegó la marimba? ¿Desde el paisaje de anilinas de Guatemala? o Chiapas en su gotear de historias y de mieles nos regaló esta música frutal y pajarera?.

Yo no lo sé, solo siento que en la vertiente de mi sangre hay un sonar de maderas que son gotas de nostalgias: Es mi raza vencida y sojuzgada que danza con pie desnudo en el atrio de un templo deshabitado. Pies monorrítmicos que golpean la geografía sin nombre de este paisaje de ríos ululantes y verdores encendidos.

Cuando el indígena sin rostro de los pueblos de Chiapas danza al compás de una marimba, como que toda la montaña con sus olores y colores, baja hasta su cuerpo y se desangra en antiguas heridas; florecen lentas oraciones en el lenguaje de los pies y el ídolo entonces aprende y calla su lejano silencio de piedra milenaria.

La lengua quiché nos dice que mar-in-bah, quiere decir “pedazos de madera que hacen ecos”, recuerdo a mi raza vencida danzando con sus pies que tienen tactos de dolor, aleteos de nerviosas aves moribundas. Ecos que llegan y se quedan saltando entre las teclas de una marimba nocturna que trata de volver a su bosque.

Cabracán crepita desde los más sordos secretos de la tierra, el copal sube hasta la floración del sueño… y así la marimba desata todos los ocasos en una lluvia repentina de notas que florecen como encendidos claveles momentáneos.

Marimba: pronto serás el paso de una historia azul en la memoria de los tiempos; una pulsación que no podrá ya sostener ni la lluvia, ni el ave, ni el viento.

Oscar Bonifaz

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