En San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el agua es escasa. Los habitantes sólo tienen agua corriente una vez cada dos días y cuando el líquido se filtra del grifo, es imbebible, lo que ha llevado a que cada vez más consuman Coca-Cola.
Un arroyo en San Cristóbal de las Casas, que los residentes afirman que está contaminado con aguas negras. El agua potable es escasa en la ciudad. Credit Adriana Zehbrauskas para The New York Times
Así lo señala el diario estadounidense The New York Times en un reportaje publicado este sábado. Comprar una Coca-Cola, producida por una planta embotelladora local, en este pueblo de la montaña llega a ser más fácil que encontrar agua embotellada «y es casi tan barata» como el refresco.
La investigación de Oscar López y Andrew Jacobs detalla que en muchos de los hogares la gente se ve obligada a comprar agua extra a pipas, por lo que –al no contar con los recursos suficientes– muchos se ven orillados a beber Coca-Cola, situación que ha desencadenado problemas de salud en la población.
“Los refrescos siempre han estado más disponibles que el agua”, dijo Abadía, de 35 años, una guardia de seguridad que, al igual que sus padres, lucha contra la obesidad y la diabetes.
Vicente Vaqueiros, de 33 años, un doctor de la clínica en San Juan Chamula, un pueblo agrícola cercano, dijo que los trabajadores de la atención a la salud están batallando para lidiar con el rápido aumento de la diabetes.
“Cuando era niño y venía aquí, Chamula estaba aislado y no tenía acceso a la comida procesada”, contó. “Ahora, ves a los niños tomando Coca-Cola en lugar de agua. Actualmente, la diabetes está afectando a los adultos, pero próximamente seguirán los niños. Nos rebasará”.
Asolados por la crisis doble de la epidemia de diabetes y la escasez crónica de agua, los habitantes de San Cristóbal han identificado al que consideran el único culpable: la descomunal fábrica de Coca-Cola en uno de los confines de la ciudad.
La planta tiene permisos para extraer 419 774,3 metros cúbicos de agua al año (1 150 065,75 litros al día) como parte de un contrato con el gobierno federal firmado hace varias décadas y que los críticos dicen que es excesivamente favorable para los dueños de la fábrica.
Laura Mebert, una socióloga de la Universidad Kettering, en Michigan, que ha estudiado el conflicto, dice que Coca-Cola paga una cantidad desproporcionadamente pequeña por sus privilegios respecto del agua —cerca de diez centavos de dólar por mil litros—.
“Coca-Cola paga este dinero al gobierno federal, y no al local”, señaló Mebert, “mientras que la infraestructura de servicios para los habitantes de San Cristóbal está literalmente desmoronándose”.
Entre los problemas que enfrenta la ciudad está la falta de tratamiento de aguas residuales, lo que significa que las aguas negras pasan directamente a las vías fluviales locales. Carmona, el bioquímico, dijo que los ríos de San Cristóbal están plagados de E. coli y otros patógenos infecciosos.
El año pasado, en un esfuerzo aparente por tranquilizar a la comunidad, Femsa inició conversaciones con los lugareños para construir una planta potabilizadora de agua que proporcionaría agua potable limpia a quinientas familias de la zona.
Sin embargo, en lugar de aliviar las tensiones, el plan condujo a más protestas por parte de los habitantes y obligó a la empresa a detener la construcción de las instalaciones.
Una niña bebiendo de una lata de refresco al salir de una iglesia en San Juan Chamula Credit Adriana Zehbrauskas para The New York Times
Coca Cola como objeto de cultura en rituales Chamulas
Desde que llegaron las botellas de Coca-Cola a este lugar hace medio siglo, la bebida se ha entrelazado profundamente con la cultura local.
En San Juan Chamula, un pueblo agrícola en las afueras de la ciudad, el refresco embotellado es el pilar de las ceremonias religiosas apreciadas por la población tzotzil de la localidad.
Dentro de la iglesia del pueblo, los turistas caminan con cuidado a través de alfombras de hojas frescas de pino mientras el incienso de copal y el humo de cientos de velas llenan el aire.
Sin embargo, el mayor atractivo para los visitantes es mirar a los devotos rezar ante botellas de Coca-Cola o Pepsi, así como ante pollos vivos, que a menudo se sacrifican ahí mismo.
Muchos tzotziles creen que las bebidas carbonatadas tienen el poder de curar a los enfermos. Mikaela Ruiz, de 41 años, una lugareña, recuerda cómo el refresco ayudó a curar a su bebé, que estaba débil por haber tenido vómito y diarrea. La ceremonia fue conducida por su madre diabética, una curandera tradicional que ha llevado a cabo ceremonias con refresco durante más de cuarenta años.
Para muchos en San Cristóbal, la ubicuidad de la nada costosa Coca-Cola —y la diabetes que acecha en casi todos los hogares— simplemente agrava su enojo en contra de la refresquera.
Los defensores de la salud locales dicen que las agresivas campañas publicitarias de Coca-Cola y Pepsi que comenzaron en la década de los sesenta ayudaron a insertar las bebidas carbonatadas y azucaradas en las prácticas religiosas locales, que mezclan el catolicismo con rituales mayas. Durante décadas, las empresas produjeron anuncios espectaculares en las lenguas locales, a menudo usando modelos que vestían la ropa tradicional tzotzil.
Aunque Coca-Cola ya descontinuó esas campañas, Martínez, el vocero de Femsa, las describió como “un gesto de respeto hacia las comunidades indígenas”.
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