La leyenda de la carreta de San Pascualito

Haya por los años 1890 o 1900 era muy conocida la leyenda de la carreta de San Pascualito, les contaré mi experiencia con San Pascualito.

Una noche húmeda y cálida como siempre en Chiapas,para ser mas exacto en un pueblito llamado Tehuacan pasando el municipio de Cintalapa, si mal no recuerdo en los meses de marzo o abril, platicando con mi abuela acerca de cuentos y leyendas, y tras tanta insistencia ella se animó a contarme una de las tantas leyendas que sus abuelos le habian contado: la de San Pascualito.

Entusiasmado me senté a escuchar el increible relato que por mucho tiempo habia anhelado, asi pasaron horas de platica y la vez atención que pocas veces le prestaba a mi viejita. Pero llegó la hora de dormir y a pesar del miedo que sentía inconscientemente me hice el valiente para dormir solo en un cuarto de aspecto sombrio, espelusnante y tenebroso.

Cual fue mi sorpresa, en plena madrugada me levanté por un vaso de agua, eran como las 2 de la mañana, aclaro que estaba en un ranchito asi que ya imaginaran el tipo de casa: de madera vieja, rechinidos por doquier, olores raros y bichos por todos lados.

Pero asi trastabillando llegue a mi cama improvisada pegada a la pared que estaba a ras de calle. Al recostarme escuche claramente a lo lejos un ruido, si increible un ruido de una carreta, de una carreta jalada mínimo por un caballo.

Al momento que lo escuche entre en shock, como iba a poder ser real una leyenda que según yo era para espantar niños, cada vez escuchaba mas cerca el rechinido de las llantas de madera en las piedras de la calle, y el andar de la bestia que la halaba.

No podia ni con mi alma, el miedo cubrio todo mi cuerpo, empecé a sudar frio, pero como dicen la curiosidad mato al gato, logré asomarme unos centímetros a la venta para ver que iba en la calle.

Nunca he podido borrar la imagen tan extraña cosa, era una especie de carreta de madera jalada por un caballo, mas bien una silueta de caballo y arriba un sombra profundamente negra que la conducia sosteniendo en su mano derecha una especie de haza puntiaguda.

De inmediato me tire al colchón y me puse a rezar por cualquier cosa nos fuera a ser la de malas y asi me agarro el sueño.

Al otro día le conté a mi abuela y claramente me recordó algo, San Pascualito es la muerte, el se encarga de venir por los que ya estan muertos en vida, aquellos que ya no deben de estar en esta tierra, aquel que lo ve de seguro se lo lleva, se enferma y regresa por él.

Por: Jesús Torija

Leyendas de Chiapas: Origen de los «Parachicos»

Leyenda de doña María de Angulo

La leyenda cuenta que en la época colonial, doña María de Angulo, señora española bella ya adinerada, hermosa y muy católica que residía en la antigua ciudad de Guatemala, llegó al pueblo de Chiapa de la Real a mediados del siglo XVIII en busca de un afamado curandero indígena que aliviara a su pequeño hijo que era víctima de una extraña enfermedad. De la antigua Guatemala había pasado por Ciudad Real de Chiapa y por el camino real llegó doña María de Angulo con su pequeño hijo enfermo y sus sirvientes a Chiapas de la Real Corona

– ¡”Abrir paso, que v a pasar mi señora doña María de Angulo”!…

Refiere la tradición que el curandero llevó al niño a las curativas aguas del Cumbujuyú y después de haberse bañado durante nueve días el niño sanó de sus males.

Poco tiempo después, durante los 1767 Y 1768, azotó al pueblo de Chiapa una terrible plaga de langostas que entró por la cuenca del río Grande, la cual destruyó las siembras de maíz, fríjol, trigo y legumbres, misma que provocó al año siguientes una fuerte hambruna y en 1770 una epidemia que provocó la muerte de cientos de personas y la emigración a otros pueblos de otros tantos más.

De acuerdo con el censo de población de 1762 Chiapa tenía 7, 218 habitantes y en 1778 figuraba solo con mil 095 habitantes. Al tener conocimiento de esto doña María de Angulo regresó al pueblo, en agradecimiento por haber sanado a su hijo, con grandes despensas: maíz, fríjol, frutas, verduras y dinero, mismas que repartieron de casa en casa sus criados.

¡”Abran campo… Abran campo!, que mi ama doña María de Angulo va a pasar”.

Las mulas llegaban a Chiapas cargadas de animales domésticos y alimento. Por las tardes, las sirvientas y sirvientes bailaban y danzaban para la diversión de los niños, en recuerdo al hijo de doña María de Angulo, de allí el origen de la palabra “Parachico”: para diversión de los chicos.

¡Recordad, caballeros hijosdalgos, que los presentes son para los chicos”!.

Así, cada año se nombra a una joven a quien se le llama María de Angulo y en un carro alegórico recorre la ciudad, arrojando moneditas pintadas de color oro, dulces, confetis y golosinas.

Doña María de Angulo es uno de los motivos principales de la fiesta de Chiapa de Corzo, por ella desfilan carros alegóricos y parachicos y chuntaés donde recorren la ciudad.

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Leyenda de dominio popular

Leyenda de El Duende.

El Duende

Espiíta fabuloso, amo seductor de la tranquilidad y el consuelo, reposo y la frescura; interruptor de la ociosidad o la meditación, atentador de la paz y el sosiego… duende de odio que abatiste una costumbre, una necesidad, un deleite, doblegando al hombre a la fatiga sin reparo, al calor sin mitigación, a la mente sin libredumbre, a la desazón sin calma…

Nuestras tierras del Sur; sierras, bosques, selva y mar, ríos caudalosos y arroyos risueños, feraz todo como la imaginación y la ansiedad del hombre; precipicio de pasiones, altitud de amor; lucha y lucha contra los elementos, contra el sol que calcina y el calor que agobia. Pulmones atormentados, gargantas insaciables, ánimos que se vencen impotentes, laxitud de músculos. El hombre busca sus remansos, y los hay en las casonas con sus correderas donde desfila un céfiro que alivia, las sombras caprichosas de los frondosos mangos, almendros, cocoteros, y algún viejo laurel perdido, viento perfumado que rompe el sereno espejo de alguna fuente tendida. Y todas las costas, las hamacas.

Ellas recogen el aura que se encierra en los cópulos invisibles de la atmósfera y la pasean en su vaivén de un lado al otro de nuestros cuerpos agradecidos. Ellas nos dan placidez y la ternura del tiempo. A la caída de la tarde, en el principio de la noche, el calor abruma y atenaza y sólo la brisa de la hamaca nos consuela cuando empieza a penetrar el furtivo frescor de la madrugada con el fino sereno cargado de balsámica humedad.

Las casas de la costa, casi todas, son de paredes muy altas, sin cuartos distribuidos en su interior. Un cuadrado o un rectángulo lo aposentan todo, y si esta simple disposición agregamos un brillante piso de cemento o de rojizos ladrillos, y un techo de tejas coloradas, ya se tiene una casa fresca y confortable. Poco exigentes, en una esquina puede ubicarse una sala y en la opuesta el dormitorio; pero si se es escrupuloso de la privacía, un pequeño cancel formado por bastidores y lona encalada puede satisfacerla. Más donde quiera que se viva, debe haber una hamaca, que es en todos sentidos lo más funcional y alentador.

Hace muchos años, costumbre de todo el Sureste, era el uso generalizado de las hamacas. Se hacía uso de ellas para descansar y dormitar en las siestas y para dormir lo más tranquilo posible por las noches. Más ocurrió que, en la costa de Chiapas, un día dejaron de dormir sobre el lecho tendido que se mece. Desde entonces, todos se hicieron de una cama o un simple catre; como el que escoge su propio tormento. La hamaca se abandonaba cuando el sueño arribaba bajo los párpados sudorosos.

¿Por qué ocurrió este cambio lógicamente inexplicable? En todos los poblados del Sureste, desde la punta del Caribe, Yucatán, Campeche, Tabasco y el resto de Chiapas y Oaxaca, la hamaca es útil día y noche. Lecho placentero y necesario. Pero en nuestra costa se enreda por sí misma enjuta y abandonada o se desprende de sus amarras por las noches. Una sucesión de acontecimientos inexplicables ocurridos a mucha gente, hizo nacer la sensación de algo sobrenatural. Una leyenda sirvió para advertir la razón de esta importuna abstención.

Fue a Vicente, un trabajador oaxaqueño que desempeñaba el cargo de caporal en el rancho ganadero de don Fidel, llamado “Las Brisas”, a quien le pasó algo inusitado. El rancho estaba situado cerca del mar, por ende ahora germina el cambio con el hallazgo de nuevos mantos petrolíferos.

Dormía solitario este buen hombre en una apartada cabaña de madera y troncos de palmeras con techadumbre de guano. Su cuerpo fatigado se tendía sobre la hamaca traída desde su nativo Juchitán.

Una noche como tantas hay en el lugar, estrelladas en el cielo y silenciosas en el espacio, cuando todos los rancheros reponían las energías gastadas durante las faenas del campo, un ser invisible y misterioso se dio la tarea de mecer al cansado Vicente, quien soñando en una brisa salpicante de frescura, dejaba transcurrir su sueño entre el sonido de trac-trac-trac que con su amable monotonía, al rozar de los mecates con las vigas de donde se suspende el aéreo lecho, arrulla al durmiente como madre cariñosa. Más un vendaval empezó a cambiar el ritmo de la noche. Azotó las hojas de las palmeras y sacudió el tallo de los arbustos y el tronco soñero de los árboles.

El frío el aire se metieron entre los huecos de la hamaca y abrazaron el cuerpo inerte del durmiente. Abrió los ojos con azoro y reparó con miedo que una fuerza misteriosa lo estaba meciendo; pero entonces con tal fuerza, que el roto compás se alteraba en violentos giros a punto de estrellarlo contra el techo, creyendo que alguien le hacía una maldad, con ira comenzó a dar gritos y proferir insultos.

Quería ver la cara del bromista compañero de trabajo, que no reparaba en respeto alguno. Más temiendo que pudiera ser arrojado contra el techo, se dejó caer presa del pánico. Eran más de las 12 de la noche. Los demás compañeros que dormían en placidez de una quietud bienhechora, despertaron alarmados al escuchar los gritos de Vicente.

Miraron por donde venían los gritos e improperios y vieron al amigo transido de coraje, con el machete en la mano diestra, lanzando al aire imaginarias cortadas, tajos de muerte a quien no existía. Una luz mortecina de un viejo quinqué con su bombilla de vidrio iluminaba entre sombras al iracundo Vicente con la boca llena de espuma y los ojos desorbitados.

  • ¿Qué te pasa, Vicente? ¿Te has vuelto loco o acaso sueñas con una criatura del infierno? ¿A quién deseas matar, cuando estás solo con tu sombra?
  • Al hijo de tal por cual que me tiró de la hamaca y que por un pleito me mata…

Después de un largo silencio, en que nadie se atrevía a hacer conjeturas, Vicente reflexionando agregó: Pero si es q no veo a nadie… ni ustedes lo ven… ni hemos visto salir a nadie después de caerme de la hamaca… o es un fantasma o es el dueño de este lecho de muerte de quien me lanzado de él, molesto por haberme metido entre estas cuerdas… no, no ha sido un ser humano…

Todos rieron de buena gana. Para disipar el miedo que todos disimulaban, abrieron una botella de comiteco y libraron hasta la llegada el alba, que señalaba la hora primera de la faena.

Hechos iguales volvieron a suceder en una y otra estancia. La creencia de un ser fantasmal dio nacimiento a mil conjeturas del más allá. Alguien había muerto mientras lo mecían en una hamaca y había vuelto a vengarse de todos los que se arrullaban en el tendido lecho. El duende se llamó, aquel fenómeno deletéreo, nacido del más allá. De vaquería, como reguero de pólvora, corrió la versión acaso deformada, en mucho por la imaginación. De las rancherías pasó a los pueblos y ciudades.

Hubo quien diera señales de haberlo visto y adornó en su magín sus características: Alto y delgado, como todo se que deambula por el mundo de las fantasías; quién, que no solo no era alto sino pequeñito como un enano o más grande que un gnomo, como en lo viejos cuentos del Medievo. Otro que había platicado él y recogido la advertencia de que en las noches no consentiría que nadie durmiera en hamaca. Estas debieran estar vacías, porque allí posaban incorpóreos seres que en la vida sobrenatural, extrañaban la caricia de sus vaivenes.

Desde entonces, cuando alguien permanece más tiempo del que la tarde tolera, se le advierte que será lanzado de la hamaca por el duende. Las madres asustaron a sus pequeños hijos con las narraciones de esta aparición fantástica. De tajo se cortó el viejo hábito. Y la tradición arrastra la conseja y el temor, en una nueva costumbre: las hamacas por la noche se quedan, en la costa de Chiapas, vacías. La llenan los espíritus…

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Leyenda de dominio Popular.

La leyenda de la laguna verde de Coapilla

LA LAGUNA VERDE EN COAPILLA
Leyenda

Cuentan los abuelos que cierta vez, ya hace mucho tiempo, existía un pozo el cual servía de sustento a una familia. La familia estaba conformada por tres personas, el papá, la mamá y la hija. El señor al morir su mujer se consiguió otra esposa la cual llevó a vivir con ellos. La niña veía a su madrastra como alguien muy mala, y sí, si era cierto porque la maltrataba mucho. Cierta vez el señor se fue a trabajar muy iejos y tardaría en regresar, fue así que la niña se quedó sola con su madrastra.

A la niña la mandaban siempre a traer agua de pozo con un cántaro de barro el cual llenaba de agua para los quehaceres de hogar, pero la niña siempre rompía el cántaro. Y si la mandaban otra vez, otra vez rompía el cántaro; ya de tanto la señora se cansaba y le pegaba a su hijastra. A la madrastra no le convenía que siempre que se iba a traer agua la niña rompiera un cántaro, por eso ya de tanto hizo un canasto para que trajera el agua.

Foto: Coapilla Cultura Viva (Facebook)

Foto: Coapilla Cultura Viva (Facebook)

La niña al traer agua con el canasto se le salía toda y cuando llegaba a su casa no tenia nada. La madrastra sabiendo que era imposible traer agua con el canasto le seguía pegando. La niña al no saber qué hacer decidió tapar los agujeros del canasto con lodo, pero todavía se escurría el agua. De tanto, la niña comenzó a llorar y llorar. De repente se le apareció un señor de muy alta estatura y muy bien vestido.

Le preguntó: ¿por qué lloras? Y la niña contestó: es que mi madrastra me regaña porque rompo los cántaros, y ahora ya no me dio cántaros, me dio un canasto lleno de agujeros. Pero eso no es problema, llena de agua el canasto y verás que no se saldrá el agua, dijo el señor. De esa manera, la niña llevó el agua con su madrastra y ya no le pegó, pero le regañó más por llegar tan tarde a su casa.

La niña volvió al día siguiente al pozo y de nuevo se encontró con el señor. El señor le dijo: veo que aun así te regañó. Mejor ven conmigo; en mi casa no te regañaran, ni te maltrataran, allá tu serás la reina. La niña no lo pensó dos veces y acepto ir con el señor. Entonces la niña cerró los ojos y apareció en una finca, vio borregos, caballos, vacas, gallinas y también personas que conocía y ya habían muerto.

Entonces la niña estuvo muy contenta. Luego, el papá de la niña regresó del trabajo y le preguntó a la madrastra dónde estaba su hija, la mujer solo dijo que vio cuando se estaba ahogando en el pozo. El señor regañó mucho a su mujer y luego se fue a llorar al pozo. De pronto el hombre apareció de nuevo y le pregunto: ¿por qué lloras? Y el señor contestó: es que mi hija se ahogó en el pozo y mi mujer no hizo nada.

No te preocupes, dijo el hombre. Tu hija está conmigo en mi rancho, cierra los ojos y verás que estarás con tu hija. Entonces elseñor cerró sus ojos y apareció donde estaba la niña. El padre quizo llevarse a su hija pero el señor alto no se lo permitió, a cambio de ella le dio un cofre lleno de dinero y le advirtió que no lo abrazará antes de tres días y que no lo viera su mujer.

Entonces el señor se fue a su casa y no le dijo nada a su mujer; pero la mujer se llenó de curiosidad y abrió el cofre, fue así que todo se convirtió en un enjambre de avispas. Por lo tanto, la niña se quedó con el hombre para siempre. Se cree que el pozo fue creciendo junto con la niña, hasta convertirse en una inmensa laguna, «la laguna encantada».

Más misterios de la laguna verde

De la laguna verde empezaron a salir de unos muñecos de madera y unos hombres que se convertían en puercos gigantes a los que llamaron “tzuyoyas”, quienes perseguían a la gente.

Había en la iglesia dos santos crucificados a los lados del santuario: Dimas al lado derecho, representando el bien, y Gestas a la izquierda, representando al mal. Todos los brujos le rezaban y le llevaban ofrendas misteriosas. El anciano don Nicanor rezaba todos los días a Dimas, quien le indicó que para salvar a los niños y mujeres de la amenaza de los “tzuyoyas” deberían tomar una piedra, hacer la señal de la cruz y arrojársela.

Foto: Coapilla Cultura Viva (Facebook)

Foto: Coapilla Cultura Viva (Facebook)

La gente le obedeció y empezaron a desaparecer los monos de palo y los puercos gigantes; para terminar de una vez con esas fuerzas del mal, mandaron a traer al señor obispo quien bendijo la laguna.

“Cuando era niño –cuenta un anciano– me mandaron por agua a la laguna, pero me sorprendí mucho cuando, al sumergir el cántaro para llenarlo de agua, saltó un pez de oro, de legitimo oro, entrando al recipiente. Le tuve miedo y lo deje ir. Las personas a las que le comenté lo que había hecho con el pez, me dijeron que había soltado mi suerte”.

Hasta la fecha es misterio para muchos, el hecho de que islotes flotantes (hasta de 30 x 10 metros aproximadamente) recorren a lo largo y ancho de la laguna.

Unos atribuyen este fenómeno al “encanto” de la laguna y otros aseguran que anuncian “mal tiempo”. La verdad es que siendo pequeños islotes, están cubiertos en su mayor parte por plantas (carrizos) que alcanzan hasta 4 o 5 metros de altura en cuyas hojas choca el aire procedente de norte o del sur, siendo esta fuerza la que hace que el islote se mueva siempre en la misma dirección del viento.

“Recuerdo que cuando éramos chamacos –cuenta otra persona de esa localidad–quisimos quemar un tapesco de ese zacate (el monte del islote) con la lumbre de orilla de palma que fuimos a traer. Hice una escoba para prenderla y acercarla al tapesco, cuando vimos que el zacate se fue retirando ¡como si hubiera visto que lo íbamos a quemar! como ya no lo alcanzaba le tire la escoba y se incendió el zacate, con una tronazón que daba gusto, huyendo de nosotros”.

El 27 de agosto de 1952, cuando era presidente don Humberto Urbina Camacho, cayó en la laguna verde una avioneta, eran como las nueve de la mañana.

Las personas llegaron, tomaron unas lanchas y se dirigieron a rescatar a los sobrevivientes, entre los que estaba el Dr. Samuel León Brindis, quien años después, al ser gobernador, en agradecimiento al pueblo que lo auxilio, dotó a este municipio de agua potable y mandó a construir la carretera de terracería que actualmente los comunica con Copainalá. Tal vez esa sea la suerte que les ha traído la laguna, dicen.

Información retomada de RODOLFO ESTRADA CRUZ Y JONATHAN LÓPEZ SÁNCHEZ (http://f1-preview.runhosting.com/coapilla.com.mx/6.2%20Leyenda%20de%20la%20laguna.htm)

LA CUEVA DE LA CHEPA

LA CUEVA DE LA CHEPA

Una de ias leyendas un poco olvidadas es ¡a de la cueva de lu Chepa. Esa cueva era una de tantas metas para las cortas excursiones que hacíamos a pie cuando éstas se hacían con los niños de primaria (¿Quién ias hace ahora). Esa cueva. que está al norte de nuestra capital, por la fábrica de cal, fue el escenario de ia siguiente leyenda.

Cuentan que aquí en Tuxíla, una guapa muchacha del barrio de Colón se prendó de un apuesto mancebo que. según los padres de éste, la fulana no era merecedora de un hombre que no era de su categoría. Como era muy común en esos tiempos, los jóvenes no tenían donde desahogar sus deseos y asL buscaban los lugares más apartados del centro de nuestra pequeña ciudad para lograr fechorías que no eran vistas con buen agrado por ias familias. Panchito, un hijo de casa rica ai que le llamaban el niño Paco, en una cíe sus tantas andanzas estuvo en un baile, de sentada de niño y allí conoció a Josefa, que en su barrio le decían la Chepa.

Días después de! hallazgo de la codiciada presa. Paco no cesaba de frecuentar aquel rumbo del puente de Colón, que

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por esa época no lo hacian

Las primeras veces que la veía aprovechaba cuando Chepa iba al río Sabinal por agua. Muchas veces le cargó el cántaro hasta cerca de la tranca de su casa, porque los padres de ia chica ignoraban el idilio. Los padres del niño Paco menos que lo supieran, pues cuando la veía en la tarde engañaba a sus padres que iba al colegio.

Llegó a tanto su amor que no se aguantaron y ella muy decidida le dijo a Paco: me voy contigo donde rué lleves. Pero Paco era un niño mimado y un poco temeroso, no se hallaba con ánimos de tomar aquella arriesgada decisión que sólo la podía tomar un buen varón que fácilmente

 

pudiera independizarse de la tutela de sus padres. Paco decía: si me la llevo a la casa, quien sabe lo que digan los amigos de mi familia. Pues aunque ella no parecía de rain i ha indígena, porque era muy güera, no dejaba de ser una patarrajada. La chepa insistía: llévame Paco, ¡lévame a donde queras. Paco debía dejar de ser hombre para no aceptar la propuesta que lo comprometía. Fue así como

u! ] O

Sí mi reina, te llevo a donde nadie nos vea. aunque se opongan a nuestro amor. Mira Paco, por aquí cerca está una cueva, aquí ñor Yuquiz, si no tenes a dónde llevarme, allí haremos nuestro hogar v nadie sabrá donde estamos, ¿qué decís? ¿vamos allí?. Paco muy resuelto, le dijo que lo esperara, que al día siguiente por la tardecita se iría con ella, que iría por su ropa, por algunas cosas para poder pasar las noches. Y así fue. muy normal, al atardecer del sábado, regresó con un pequeño bulto en el que escondía también un pumpo. Chepa, que estaba esperando con ansia ¡a deseada huida de la casa, salió por e! portillo del corral de aguaría y como gacela tropeleó dispuesta a seguir a su compañero, pronto desaparecieron por los matorrales que van hacia Yuquiz hallando al fin la cueva donde dieron

Los padres de ambos, al ver que no llegaban a su casa uno y otro, ya que ignoraban esos amores, los buscaban muy afligidos pensando que podían haberlos matado o que la Tisigua hubiera extraviado a Paco. Por informes de algunos que los veían por el río. dijeron a los padres lo que habían observado, no folió quien los viera escapar muy cautelosos. Fue as; como se conocieron ambas familias y se dedicaron a buscarlos,

Cuando se dirigían por el rumbo cerca de donde estaba ia cueva, vieron de lejos que paco iba solo. Sin seguirlo. esperaron que regresara a su casa y cuando llegó no dijo

nada a nadie de lo que había hecho. Sus padres no insistieron en saber lo ocurrido, mientras tanto, Chepa se quedó ocuiía en la cueva esperando, sin que 1 Segara Paco a verla. Ella tenía ¡a esperanza del ¡egreso del infiel y lo esperó varios días, sustentándose con los frutos que a escondidas hallaba en ei campo. Sus padres nunca la hallaron, pues cuando llegaron a la cueva eila no estaba allí.

Por fin desfallecida por ei hambre, agotada y más que todo decepcionada por el pago1 del ingrato, murió. Años después la encontraron cubierta toda de guano, estiércol de murciélagos, ya toda descompuesta despidiendo fétidos olores. Fue el escándalo del pueblo de que la Chepa la habían encontrado, por fin, en la cueva del rumbo de la Picdrona. Desde entonces llaman así a la cueva, «la cueva de la Chepa».

EL FANTASMA DE ORIENTE

EL FANTASMA DEL ORIENTE

Hace muchos años, cuando ia ciudad de Tuxíla, Gutierre: era pequeña. los moradores de la zona oriente de esí; ciudad, contaban con mucho miedo, que por las noche: cuando comenzaba a oscurecer, transitaba un fantasm; acompañado de su perro negro que aullaba lastimeramente.

Una noche, un agricultor trabajador y valiente, de nombre Ezequiel, decidió hacerle frente al fantasma. Salió en si busca y fue así que logró entablar plática con él y quede muy impresionado por su mirada tan fría y su cavernosa voz.

A pesar de que se le pararon los pelos por el miedo, Don Ezequiel le preguntó al espectro, el motivo de su aparición en este mundo y le ofreció ayuda para que terminara su penar.

El fantasma le contestó con una voz tenebrosa, como si saliera del fondo de la tierra, acompañada por el gruñido del perro que no dejaba de acecharlo con sus ojos rojos y centellantes: ¡ Ay de mí! cuando yo pertenecía a este mundo de los vivos, tenía por nombte Pedro Cnanona Cundapí, trabajaba en la agricultura, tenía a mi esposa y a mis cuatro hijos, mí vida transcurría entre la pobreza y el cansancio, pero éramos felices. Mi única riqueza era mi familia y este terreno, aunque árido y poco productivo, era codiciado por un rico terrateniente Don Patrocinio Castellanos. Hacía muchos años que pretendía comprármelo, porque según decían que había un filón de oro enterrado en cierto espacio de mí tierra.

No acepté su oferta; primero, porque ofrecía una miseria, y la otra razón, porque esta tierra me proporcionaba lo poco que comíamos mi familia y yo.

 

Cansado de mi negativa de venderle, una noche negra y fría de! mes cíe diciembre, ordenó a sus hombres prender fuego a mi casa, sin importar que mis hijos, mi esposa y yo. quedáramos atrapados dentro de las llamas y nos quemáramos vivos. En mi desesperación, a lo lejos escuchaba los aullidos de Cuervo, nii noble perro, que no pudo hacer nada por salvarnos, y que por varios días permaneció en el lugar donde quedaron nuestros restos sin probar agua ni alimento, esperando la muerte para reunirse con nosotros. Desde entonces, mi espíritu y el de mi perro, vagamos por estos matorrales en busca de las almas de mis hijos y mi esposa.

Entonces. Don Ezcquiel le dijo: ¿Dime qué podemos hacer para que encuentres la paz que necesitas?

El fantasma contestó: Que le den cristiana sepultura a los restos de los cuerpos de mi familia, y que este terreno se destine para la construcción de un parque, para que ios niños alegren el lugar con sus juegos y sus risas.

A partir de entonces, volvió la calma al lugar, desapareció el fantasma. Aunque dicen, que algunas noches se escuchan

 

Legendaria Batalla del Cañon del Sumidero

LEGENDARIA BATALLA DEL

CAÑÓN DEL SUMIDERO

Existe la belia y conmovedora Tradición sobre el suicidio coleeíi\o chiapaneca. Se dice que en el proceso de conquista de su región se dio una heroica batalla donde prácticamente se acabó la población, no porque los españoles les hayan dado muerte sino por la decisión propia de los chiapanccas de quitarse la vida antes que aceptar ¡a

dominación.

Advertidos los conquistadores de la dificultad de someter a estos valientes indígenas, iban muy bien armados. Comandados por el capitán Diego de Mazariegos – quien llegó a Chiapas en 1528 por órdenes de Hernán Cortés, cuatro años después que el capitán Luis Marín – , los españoles eran numerosos y contaban con caballos, piezas de artillería e indígenas mexicas y tlaxcaltecas que traían desde Tenochtitlán. A esta fuerza se añadió e! apoyo de varios pueblos vecinos, enemigos de los chiapanecas. Estos últimos les hicieron frente y pelearon con su característica bravura arrojando flechas, lanzas, piedras. Se habla de que las tropas españolas tuvieron bajas importantes, pero debido a su superioridad eu auaaiücmo y número de combatientes, obligaron a los chiapanecas a refugiarse en su ciudad principal. Se refiere que ésta se encontraba cerca del Peñón de Tepetchía, en el cañón del Sumidero, resguardada por las imponentes y verticales paredes rocosas que conforman la cañada. Ahí se libró la última v célebre batalla.

Al encontrarse francamente perdidos y cercados por el enemigo, familias enteras de chiapanecas se arrojaron desde la cima del precipicio y cayeron en ias aguas del río. que se teñían de rojo, optando por morir antes de sucumbir a la dominación. Ante este hecho, el capitán español-

 

conmovido y aterrado, hizo cesar el fuego y rescatar los pocos sobrevivientes.

Dice un extenso poema épico de Galiíeo Cruz Robles, escrito en 1928. sobre la batalla del Sumidero:

Es el Chiapa. su esposa y el producto de aquel amor que fue grande y sincero y que al perder el último reducto se arrojan con valor al Sumidero!

Y mientras tanto, sigue el sacrificio de aquel grupo de héroes y bravos que pretieren lanzarse ai precipicio a la vergüenza de vivir de esclavos.

Cuentan que los pocos sobrevivientes chiapanecas de la numerosa población fueron llevados a las orillas del río para fundar un nuevo pueblo: Chiapa de los Indios, hoy conocido como Chiapa de Corzo, y sus descendientes son ios chiapacorceños. Esta famosa batalla quedó para siempre en el blasón de armas que el emperador Carlos V concedió en 1535 a Chiapa cíe los Españoles, fundada en 1528 por el conquistador Mazariegos y que actualmente es San

Cristóbal de las Casas. Por existir estas dos ciudades