Quechula y la Concordia dos poblaciones desaparecidas por las aguas en chiapas

TUXTLA GUTIÉRREZ, CHIAPAS, A 3  DE  ENERO  DEL 2010.

EL ADIOS A QUECHULA.

ROBERTO REYES CORTES.

5º.reyes.

Lemúrida

tierra perdida de Escocia,

Quechula, la Concordia,

tierras perdidas

de Chiapas.

En el monte,

a escondidas de los ojos,

en la cañada,

un cedro viejo guarda en su memoria

la negra desventura de esta historia,

te la cuento ahora a ti,

como el me la contara.

Los pesados tractores, trascabos y pailoders

despedazan el silencio de las  riveras verdes

cortando a tajos la montañas del río Mezcalapa

y comienza el exhodo de la gente que se escapa.

Los fierreros aprestan el fulminante y la pila acomodada

asegurando la dinamita en agujeros abiertos en la roca,

a tan fuertemente los explosivos de la nitro ya cargada

son hábiles obreros encubiertos detonando la última tronada

que volverá fino polvo, la montaña de piedra triturada.

Los ingenieros de cascos de acero pintados de amarillo

aprestan bolígrafos y bitácoras, para relatarnos el cuento,

de cartuchos de dinamita explotando como yescas de cerillo,

que dejaran para siempre inerte, quebrado, el cadáver yerto,

mi río enterrado en tumba de arena y de cemento, muerto.

Una intensa alerta roja, corre por los valles, por la pradera,

brincando desde el fondo de los bosques y del río a la rivera,

donde brillan ojos de miles de animales que con espanto suben

por los riscos, por las cuevas, por todas las montañas, huyen.

Estruendo impresionante cubre la tierra destrozada,

mil gritos desgarrados, traspasan todos los confines,

las copas de arboles medrosos se esconden en las nubes,

revolturas de lodo y agua, cubren los muertos alevines

y como en libro del Dante crueles tragedias se reviven.

Del serpenteante camino, nacido arriba de la tierra calcinada,

los indios bajan en silencio el cerro, iluminados con hachones

de quemada  lumbre, macilentos, perdidos; hundidos en la nada,

y se confunden con el fúnebre paisaje de su choza abandonada.

Como catacumbas perdidas en el misterio del tiempo,

riadas inmensas de agua torturada, se lanzan al vacio,

es la sangre, sangrada de las venas rotas de mis rios,

viajando en continuos  borbollones de última cascada.

Por más que busco ya no miro, aquellos rojos cedros del bajío,

las antes formidables caobas gigantescas clavadas en las lomas,

los floridos cercos, enramados entre guirnaldas y palomas,

o risas de mujeres hermosas que ríen bañándose en el  río.

En donde estará el hato del ganado que pastaba en la pradera,

donde el maizal, el frijol, el plátano, el cafetal, la sementera,

en donde la maestra, mis amigos, donde aquellos mis hermanos,

aquella novia idolatrada que llenara de amor mi vida entera,

se fueron para no volver, no estarán en esta, ni en otra  primavera.

Como Lemurios de la Escocia, perdidos bajo aguas de centurias,

Quechula puerto fluvial,  puerta ancestral

de Castellana conquista y La Concordia

son pueblos que también desaparecen,

dejando a humildes poblaciones rivereñas hundidas en penurias,

ahogadas en caudales, como llanto de las lluvias, cuando crecen.

En invierno, cuando las aguas bajan y el frío seco es más intenso,

se divisa lejano, el pico de una torre solitaria sin campana, ni badajo,

su iglesia, su santuario; sin rezos, sin las canciones de cada novenario,

sin velas, sin fieles, sin recuerdos, sin maitines y mirándose desde abajo

una plaza inundada, ahogada bajo el lodo, porque lo ha perdido todo.

Una inmensa mancha de agua negra cubre las antes bellas superficies,

lo que fueran Quechula, La Concordia, son pobres páramos rocosos,

casa común de serpientes, salamancas y de los pumas poderosos

y con el despojo de la tierra fértil, se inicia comercio escandaloso.

El agua convertida  en vatios, kilovatios, luz y fuerza de la empresa,

compuertas, turbinas, casas de máquinas, Malpaso, la Angostura.

Dicen que de noche, una barca sin remos,  se arrima a la costa solitaria de manglares

cantando salmos dedicados a la luna, lamentos lastimeros de aquellos historiales,

del río corriendo caudaloso, raudo, libre, entre colores rojo-verde de olorosos cafetales.

En las casuchas de palma sembradas en los cerros,

los indios viven su desvelo,

iluminando la negrura de la noche,

con las rojas brasas de las rajas del piñuelo,

en hogueras encendidas por la violencia atronadora de relámpagos del cielo.

Fin.

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