AYER.
Bajo esa sonrisa que silenciosamente
ocultaba algo de ti,
observe tu zigzagueante figura
y los escenarios de tu espalda en un instante,
la mirada de acertijo sobre tu alma
ahogado por alguna absurda tontería del amor,
pudo distinguir la sonora melodía de tu cuerpo
cortejando a mis latidos,
bajo esa frecuencia que solo tu conoces,
tu respiración, agitaba la diástole oculta sobre este cascaron
que talvez, un insecto por algún motivo extravió algo de sí,
o algún mamífero mutante que no supo donde nacer
si no en mis entrañas de ausente olvido,
pero te conocí, entre la lluvia de emociones,
con el sabor de una caricia sin tocarte,
con esa única palabra que nunca te dije
y con esa mirada que sin buscarte te encontraba.

¡ Callé !
como afónico suspendido en esa dimensión
de cafés avellanados,
con ese amor milenario
o con esa confusión nebulosa de palabras,
mientras la lluvia mojaba cada recuerdos que pasaba por ahí,
tu aliento en busca de otro soplo de vida salpicada
inventaba una travesía para no encontrar la muerte
sobre un adiós inconfesable,
desde la lejanía de una mirada eremita
a esa grieta mitológica de nuestros cuerpos.

la fragilidad de la distancia,
bautizada en rayos de luna
te enamoraron en silencio,
con esos labios de calipso
como flora en primavera,
sin explicaciones a mis leyendas urbanas
o las campanadas en mis cielos
más negros que el café sobre la mesa,
te bese con este fantasma
que no podía hacer otra cosa más que acariciar
tu corazón acelerado
y mi alma ante cualquier fantasía,
tù, como princesa de cuento,
reina de poesía o diosa apocalíptica,
hurtaste de mi todos los tormentos
y devoraste mis lunas, los soles,
mi vida paralela sobre el abismo de tu boca,
pero te conocía ayer,
bajo esa mirada afín a mis caprichos,
bajo tu falda turquesa, la blusa celeste y tu aroma profano,
de campo, a pradera, a desvelo, a cigarro.

C. ALBERTO PALACIOS R.

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