El tiempo salta los recuerdos halados
de tu piel pausadamente entorpecida
por la hidra o la hebra de mi péndola,
los días vuelan
hacia la negrura de los soles o tus celos,
los gusanimos se arrastran
hasta el principio de la nada
y vuelve a nadar en ese cosmos,
a desdibujarse en las palabras
a soñar sin ojos
vivir sin lo tangible de la boca
sin el pecado de los días
sin la negrura de tu piel
bautizada en esperanza,
en Júpiter o Junio,
los deseos acarician las pupilas
en el tremor insaciable de las almas
sobre la mirada nau-ta-yaca o venenosa
de tu cuerpo.

C. ALBERTO PALACIOS

Mujer que llevas en tu vientre
la vida misma de la sangre
el amor, la virtud
y la serenidad de la naturaleza
en el crucifijo del silencio.

Mujer de lágrimas ajenas
De estalactitas curvilíneas
sin la oscuridad que necesitan
tus ojos disfrazados de luna,
o tu cuerpo sobre la tierra de los sueños.

C. ALBERTO PALACIOS

mi cuerpo vació
se rehúsa a morir
en la dermis de besos pálidos
y elásticos.

Ni los ojos vociferan
la voluntad inquebrantable del espíritu
que habita en larvas de ánimo
y en esa oración jamás articulada.

Estamos solos
Con el miedo estrangulando
Todas las preguntaba sin mis labios.

Sin respuesta ocultaba el rostro
en la caparazón de mis pecados,
o detrás de las afónicas pestañas.

capturaste en tus labios serpentinos
Al artrópodo ajeno a tu falda de viuda negra,
todo era misterioso
en las curvaturas de ese laberinto…

…cerré los ojos y mi vida
en dos palabras,
tus colmillos penetraron
la membrana de mi vida
y la envoltura de tristes latidos,
una mordedura basto para quererte
tu constrictora mirada
despojo de mi el soplo
y el último beso de nuestras vidas.

C. ALBERTO PALACIOS
23 DE OCTUBRE DEL 2006

Dímelo tú,
que nada sé,
demando la verdad sobre el misterio de tus labios
que nunca dijeron el significado de tu cuerpo
y omiten decirme lo vulnerable de tu vida.

¿Qué puedo hacer?
Si eres sólo una figura etérea
en el cosmos de una memoria entorpecida.
vapor, gas o serpentina,
y trémula ante el astil de una mirada sedienta
de sonámbulas caricias.

Respóndeme,
a todas las preguntas que nunca te hice
y dime la verdad de tus mentiras,
pero miénteme con amor,
sobre el holocausto de mis labios
que no saben a donde ir,
vestidos en una palabra articulada,
o en un recuerdo en busca del olvido.

la falacia de tu aliento
cobija el artificio de tu boca,
que no renuncia a morir
con la verdad disfrazada de indulgencia
sobre tu piel adulterada,
miénteme que nada sé,
púes dímelo tú
para entenderlo.

C. ALBERTO PALACIOS RUIZ

Tengo los días fríos
y el pensamiento descalzo
porque has llegado vestida de silencio,
con esa figura matemática
los sentimiento se turban
ante el miedo agrietado
de los días
las manos tartamudas
extrañan la poesía
mis labios cada noche
besan la ausencia enmascarada
y tu presencia en el bosquejo de mis brazos,
esconde sus moléculas,
el tiempo salta de mi alma
hasta incrustarse con la noche titilante de miradas
en el fuego eterno un poema,
una sombra para un pensamiento delirante
una interrogante yacida en lo ambiguo
de los textos trémulos,
jadeantes las metáforas
recorren diariamente
la mitología de los sexos.

C. ALBERTO PALACIOS

Tu figura ronronea a las seis de la tarde para ser exacto,
El frió mas frió entumecía al tiempo
y diluía lentamente tu figura cósmica,
la marea entre los limites internos,
mientras las pestañas selenitas
envueltas en esa cobija sin mi nombre
deshilaba tu mirada,
lentamente tu mirada
se habría en los ojos de la noche
o en la nada temblorosa en pensamiento
que observaba remisamente
las tinieblas enganchadas
a tu melanina incolora por el sexo,
o por las sabanas.

Sin leer aquella palabra envuelta en madrugada,
la razón exhausta
suspendida en el cansancio
de tu aliento artrópodo,
cuadrúpeda,
anfibia,
lila,
de árbol,
con sabor nube,
arena,
o de marciana.

C. ALBERTO PALACIOS R.

Tú,
como indefensa criatura
naces y mueres todos los días,
en cada quirófano,
en esa cama asesina
estrangulan cada extensión,
cada pedazo
sin piedad alguna.

Tirano e inmundo es el tiempo,
que no perdona las dolencias o alegrías
sobre el reloj de arena de la carne,
sabio e ignorante recorre cada rincón,
cada músculo,
y cada flacidez de nuestro cuerpo.

Entre cada relación no concluida,
te expulsan como injusto
y te castigan como a un culpable,
por fecundar a un óvulo cualquiera
en el pecado de una noche,
o de muchas.

Sin saberlo
firmas con tu nombre cada sábana
que nadie podrá leer,
en cada pared marcas tu huella,
en cada latido bendices
la naturaleza de aquellos
que aun no te conocen
y en cada vientre cobijas
tu soledad
para no morir.

Tú,
como un cristal
te fragmentas en aquellas manos rústicas,
que nunca sabrán lo delicado de tu vida,
mientras rezas y te vuelves luz,
en aquella oscuridad que nos deslumbra.

ALBERTO PALACIOS
08/01/07