La primera piedra se colocó en 1885 para sustituir el edificio incendiado por las tropas rebeldes de Juan Ortega en 1863, durante las luchas entre republicanos e imperialistas. La intención original era hacer un edificio que ocupara toda la manzana, que serviría para albergar el gobierno estatal; sin embargo solamente se construyó la cuarta parte, el cuerpo principal que da a la plaza, al perder la ciudad su rango capitalino en 1892.

Es el mejor ejemplo del estilo neoclásico que el ingeniero Carlos Z. Flores promovió en San Cristóbal, basado en modelos del tratado de arquitectura de Vignola del siglo XVI que circuló en una versión de 1858. El diseño de este edificio es casi una réplica de una de las láminas de ese tratado.

La obra arquitectonica que actualmente alberga el Palacio Municipal de San Cristóbal se concluyo en 1895. Este edificio muestra bastantes características del estilo de Flores para que pueda atribuirsele, o por lo menos quedar incluido en la escuela por él formada. El edificio es de dos pisos con portal en la planta baja, la disposición y distribución es la de un Ayuntamiento tradicional. En la composición de la enorme fachada, que ocupa todo el costado poniente de la plaza, el autor combinó el toscano y el dórico romano en la planta baja y el jónico en el superior, como ordena el canón clásico, para que lo más robusto y sencillo sostenga a lo más ligero y decorado.

Teniendo la plaza enfrente, el arquitecto no se vió obligado a rehundir la fachada sino por el contrario hace resaltar el tramo principal de ingreso proyectando su paño hacia la plaza como un gran volumén que se une al resto de la fachada por la horizontal de los emtablamientos que corren iguales a todo lo largo de ella.

Las mismas columnas de orden toscano que en los costados aparecen atrabuídas una en una en cada eje, y descansando directamente sobre l piso, se distribuyen en la parte central de la fachada en pares, vestidas de un dórico romano con pedestal común logrando así mayor finura e imprimiendo variedad y moviemiento al conjunto aunque respetando la unidad. Toda la composición muestra que su autor desplegó más libre imaginación. permitiéndose algunas libertades sin abusar de ellas, ni perder el buen gusto.

La planta baja con sus diecisiete arcadas resulta impecable. Del segundo piso solo rompe la unidad el quiebre del establecimiento sobre cada eje de las columnas en los paños laterales, y aunque acentúa el claroscuro resulta abarrocado y distrae la atención de la parte central que, a pesar de ser la más importante, conserva su entablamiento más mesurado.

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