Se premiaba al que mata un animal dañino como el gavilán o el quebrantahuesos, que se comen a los pollitos; quien lo mataba, lo crucificaba en una cruz de madera y lo paseaba por todo el poblado, y en las casas le daban huevos en recompensa. En las cacerías si mataban un venado, se repartían la carne y quien lo había matado, tenía derecho a la piel y los cuernos.
Los sábados por la noche se repicaba en la ermita para rezar el rosario, entonado por las rezadoras del lugar, o cuando estaba la patrona con alabados cantados; y, al término del rezo, bailaban los jóvenes frente a la ermita con música de la marimba o de otros instrumentos propios de la comunidad, alumbrándose con grandes luminarias de ocote.
Con la llegada del agrarismo por los años de 1935, se fueron acabando estas costumbres. Los ejidatarios dueños ya de sus tierras, dejaban al patrón nada más la casa grande y una pequeña propiedad; ya los mozos no querían trabajarle, mientras algunos peones viejos seguían respetándolo; pero la mayoría se consideraba igual a ellos y se acabó la sumisión y el respeto. La casa grande ya no era el lugar para ir a dar servicio; “si querían, que pagaran”; y así muchos hacendados dejaron abandonada la propiedad, otros vendieron con los mismos ejidatarios o a otras personas; y, así, la casa grande, a la que siempre fueron sumisos a servir o a pedir ayuda, se fue convirtiendo, en algunos lugares, en la casa del ejido, otras en la escuela; pero, la mayor parte, la dejaron destruir… Como que un rencor hacia ellas les hizo dejarlas acabar; y, así, esas fincas se fueron convirtiendo en colonias con nombres de revolucionarios o héroes de la patria o nombres que significan triunfos y adelantos, así tenemos El Triunfo, La Patria, La Esperanza, El Progreso, Plan de Ayala, y otros más..
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