RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (2)

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX

[En las fincas de Comitán…] Había también el encargado de la ordeña de las vacas quien, a su vez, era también el quesero. Los quesos se guardaban en la despensa, que era un cuarto de la casa dedicado únicamente a guardar alimentos. Sobre grandes tablas sostenidas por cabestros (lazos hechos con la cerda de los caballos) se colocaban los quesos que, después de secos, serían enchilados para conservarlos por mucho tiempo. La manteca de cerdo se mantenía en galones o en grandes ollas de peltre. También en la despensa se guardaban los canastos de huevos recogidos del gallinero que estaba situado en la majada; o sea, la extensión de terreno que rodea la casa grande, toda ella bardada de material o con un empedrado.

Las trojes eran de madera y servían para guardar las cosechas de maíz y de frijol; estas siembras eran llamadas de temporal, por sembrarse en los meses de mayo o junio y con cosecha en noviembre o diciembre. El maíz de regadío, que se sembraba desde antes de mayo y era regado mata por mata con cántaros hasta que llegaran las lluvias, se cosechaba en agosto o septiembre; y el maíz puljá, que se sembraba en terrenos húmedos para cosechar elotes en la Cuaresma. Por su parte, el frijol de suelo, negro y coloradito, se cosechaba también en julio y agosto; y el de enredo, que se siembra con el maíz para que allí se enrede, se cosechaba en noviembre o diciembre. El frijol almacenado incluía el llamado gato, el colorado de enredo, el ballito y uno de ejotes muy largos llamado barretón. Para la cría de ganado caballar, las yeguas eran cruzadas con burros llamados maderos u oficiales; y de esta cruza nacían los híbridos machos y mulas. Estas crías, llamadas muletos, se vendían en la feria de agosto.

En estas fincas existía una tienda que era dada a alguna persona para encargarse de ella o al administrador de la finca. Los artículos de la tienda eran pagados con dinero o con huevos, pollos, gallinas y mazorcas o frijol. Para la organización del trabajo por cuadrillas y el orden de los mozos, se contaba con un mayordomo que vivía cerca de la casa grande, tenía un sueldo y raciones consistentes en maíz, frijol, panela, sal; era el hombre de las confianzas del patrón o del administrador; y la familia del mayordomo, esposa e hijas, eran también a quienes la patrona pedía ayuda en los quehaceres de la casa o cuando había visitas o fiestas.

Cuando se mataba un puerco, se llamaba al encargado de estas actividades quien temprano lo sacrificaba, limpiaba perfectamente, chamuscándole los pelos con palmas encendidas; y luego con agua caliente, dejándolo completamente limpio. Para destazarlo se freían las lonjas y algo de carne gorda; para los chicharrones se asoleaba la piel en grandes tiras para freír los de cáscara; y lo demás de carne, se hacía en chorizos, longanizas, butifarras, piernas mechadas. Para que todo esto se conservara por más tiempo, los menudos o vísceras se cocían aparte y con la sangre se hacía la moronga (morcilla), poniéndole chile picante y hierbas de olor. Para esto era también llamada una mujer que sabía los secretos de su preparación. La manteca se guardaba en grandes trastos, pero todavía caliente se le ponían pedazos de chicharrón que, después, serían sacados para ofrecerlos como un manjar especial en caso de visitas imprevistas. Se sacaban, calentaban y, así, se daba uno el lujo de servir chicharrones calientes.

Cada año se efectuaban las hierras para saber el número de cabezas de ganado que se tenía; en ello trabajaban los llamados vaqueros, hombres que montados a caballo que recorrían la finca en busca del ganado viendo la nacencia de crías o para localizar algún animal agusanado o enfermo. En estos casos, se llevaba al animal a la casa grande en donde era curado amarrado al bramadero. Estos vaqueros traían ganado en trozos (rebaño) para meterlos a los corrales y allí se marcaban con el fierro de la finca y se les hacía una seña, cortándoles un pedacito de oreja; los patrones sentados en un palco que los corrales tenían, apuntaban el sexo y edad del animal marcado; y el ganado adulto, únicamente se descolaba de la carda y se apuntaba el sexo. Así, el dueño sabía cada año cuánto ganado tenía en vacas, toros, novillos, y el aumento de la nacencia; en igual forma el ganado caballar, cuado se vendía se le ponía una marca atravesada llamada “venta”. De esta forma, cada dueño de finca tenía su marca y si se le encontraba un animal que decían fue vendido y no tenía la marca de venta, se podía reclamar como robado y se recogía.

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (1)

RECUERDOS DE COMITAN
DEL SIGLO XIX

A mediados del siglo XIX las fincas de la región de Comitán, eran propiedad de los señores más ricos de la misma. Eran grandes extensiones de terrenos medidos por caballerías; tanta tierra de montes, tanta para siembra, tanta para potreros; por lo tanto, el tener hombres que trabajaran en estas actividades eran indispensable; y, mientras más gente se tenía, la finca cobraba más poderío y así los dueños decían “tengo mi finca con tantos mozos”, y se consideraba deslealtad entre los finqueros recibir gente que ya estaba radicada en otra finca.
Los llamados mozos vivían alrededor de la finca, en casas de techos de paja o palma y paredes de caña de maíz, carrizos o estacas de madera. Casas que, formando pequeñas calles, rodeaban la “casa grande” donde vivían los patrones.
Por este derecho de vivir en la finca y tener pequeñas parcelas para sembrar daban una semana de “baldío”, o sea que trabajaban sin que se le pagara. Los hombres trabajaban en cuadrillas en las siembras del patrón, mientras que las mujeres trabajaban como molenderas y haciendo las tortillas. Molían en metates la sal que lamería el ganado y en tiempo de cosechas del café, en metates lo despulpaban y era recibido en grandes pieles de ganado para llevarlo a las secadoras.
Los jóvenes prestaban su servicio como “caballericeros”; es decir, encargados de las caballerizas, de cuidar los caballos, los burros manaderos y las yeguas finas que tenía el patrón. Los niños eran “porteros”, cuidaban las puertas de entrada a la majada, el gallinero y los cerdos y estaban atentos a las peticiones de la familia en la puerta del comedor a la hora de las comidas. A los peones ya viejos se les llamaba los “reservados” y solamente servían para cuidar rebaños de ovejas o llevar recados a las fincas vecinas y encargos a las mismas.
Por lo tanto, toda la familia daba servicio a los patrones y los mozos que no tenían ocupación en la finca, eran llamados a Comitán para que el patrón los pusiera a trabajar en casas particulares quitando el monte, cargando agua, tirando basura u otras ocupaciones; y era el patrón a quien se pagaba el jornal del día de trabajo. Los mozos dormían en cualquier rincón de la casa y traían su “bastimento”, consistente en tortillas y pozol.
El resto de tiempo, una vez dada la semana de “baldío”, el mozo podía trabajar en sus siembras o ganar con el patrón un salario muy bajo, por lo que siempre estaba en deuda con él ya que pedía dinero cuando lo necesitaba por enfermedades o bien para fiestas como la de Todos lo Santos, Semana Santa, bautizos o bodas. Pedían dinero al patrón y nunca terminaban de pagar sus deudas que pasaban de padres a hijos.
Endeudados, temerosos siempre de los castigos del patrón, si pretendían salir del poder del ladino, el miedo a la brujería, las creencias en los males puestos por espíritus, el pucuj o sea el diablo, el canto de la lechuza, el pájaro llamado Tí que cuando canta cerca puede romper el machete, el mal de ojo a los niños, todo hacía al indígena un ser triste y sin esperanza.
Sin embargo en la casa grande todo funcionaba en perfecto orden y cada uno desempeñaba sus tareas con sumisión y respeto.

© Marta Dolores Albores Albores.

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (6)

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX

Se acabaron muchas de las costumbres; las fiestas que más se celebran son las fiestas patrias. Cambiaron los poblados los techos de paja por tejas, láminas, paredes de ladrillos, electrificación; después, llegaron los molinos de nixtamal, radios y antenas de televisión… Se oye en las comunidades música de tocadiscos o grabadoras, se anuncia con aparatos de sonido.

En las festividades llegan cervecerías, el ejidatario vive “mejor”, vende sus cosechas, cuenta con ayuda de bancos y créditos de gobierno, ya no camina a sólo a pie, las carreteras han comunicado a distintos caminos rurales y hay muchos autobuses de línea o camionetas de los mismos ejidatarios.

Perdieron mucho de sus costumbres en la forma de vestir, compran ya sus equipos de boda en casas comerciales, casi nadie está descalzo; en fin, las condiciones de vida mejoraron en todo sentido. Los niños van a la escuela, los programas de gobierno dan orientación en las comunidades y, aunque todavía conservan muchas creencias y siguen temiéndole a la brujería, ahora para curarse de estos males acuden a centros espiritistas, ya no solamente al brujo local; y siguen teniendo más fe a éstos que a los médicos.

Han empezado ya a comprender la que significa la planificación familiar y la están practicando, aceptan que sus hijos sean vacunados; en fin, el cambio desde la llegada del agrarismo a la fecha es notable y, desde luego, de gran beneficio para el ejidatario, aunque todavía en muchos ejidos los problemas se presentan por la falta de comprensión o por dejarse llevar por personas que tratan de confundirlos. Pero es evidente que el cambio fue progreso para ellos, antes mozos de un patrón y hoy dueños de su tierra. Fin

© Marta Dolores Albores Albores.

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (5)

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX
En esa época, en nuestras comunidades le temían a la brujería o sea que alguien les podía poner un mal en el cuerpo por medio de malas voluntades; para los niños chicos se temía el mal de ojo, que se cura barriendo al niño con hierbas y un huevo; después se debe cargar al niño, envuelto en un trapo; también existía el mal de enlechadura que se cura con purgantes o un poquito de leche de la madre, con un poquito de sal.

Se premiaba al que mata un animal dañino como el gavilán o el quebrantahuesos, que se comen a los pollitos; quien lo mataba, lo crucificaba en una cruz de madera y lo paseaba por todo el poblado, y en las casas le daban huevos en recompensa. En las cacerías si mataban un venado, se repartían la carne y quien lo había matado, tenía derecho a la piel y los cuernos.

Los sábados por la noche se repicaba en la ermita para rezar el rosario, entonado por las rezadoras del lugar, o cuando estaba la patrona con alabados cantados; y, al término del rezo, bailaban los jóvenes frente a la ermita con música de la marimba o de otros instrumentos propios de la comunidad, alumbrándose con grandes luminarias de ocote.

Con la llegada del agrarismo por los años de 1935, se fueron acabando estas costumbres. Los ejidatarios dueños ya de sus tierras, dejaban al patrón nada más la casa grande y una pequeña propiedad; ya los mozos no querían trabajarle, mientras algunos peones viejos seguían respetándolo; pero la mayoría se consideraba igual a ellos y se acabó la sumisión y el respeto. La casa grande ya no era el lugar para ir a dar servicio; “si querían, que pagaran”; y así muchos hacendados dejaron abandonada la propiedad, otros vendieron con los mismos ejidatarios o a otras personas; y, así, la casa grande, a la que siempre fueron sumisos a servir o a pedir ayuda, se fue convirtiendo, en algunos lugares, en la casa del ejido, otras en la escuela; pero, la mayor parte, la dejaron destruir… Como que un rencor hacia ellas les hizo dejarlas acabar; y, así, esas fincas se fueron convirtiendo en colonias con nombres de revolucionarios o héroes de la patria o nombres que significan triunfos y adelantos, así tenemos El Triunfo, La Patria, La Esperanza, El Progreso, Plan de Ayala, y otros más..

© Marta Dolores Albores Albores.

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (4)

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX

En la fiesta de Todos Santos se arreglaba primero los sepulcros de los niños, considerados como angelitos. Se les quemaba cohetes y se les dejaba dulces en los altares, porque la creencia era que si no se hacía esto, el infante se iba al cielo con un dedito parado pidiendo su cohete. Luego, en la fiesta de Todos los Santos se adornaba los altares, se encendía velas y veladoras y, por la noche, se dejaba en los mismos el quinsanto, o sea calabaza, camotes y yuca cocida con panela, elotes y chayotes hervidos, pan, chocolate, cigarros y licor. Todo esto para que los difuntos llegaran a comer y al otro día se intercambiaban bocados de lo que dejaron las almas. El día de Muertos se arreglaban los sepulcros y todo terminaba con una gran borrachera de los vivos. La Semana Santa se dedicaba a la cacería de venados, a la oración y al descanso; y, el Sábado de Gloria, se quemaba al judas.

En las tapiscas, o sea la levantada de la cosecha, se ayudaban las familias entre sí, y en cada casa donde se levantaban las cosechas se quemaba cohetes, comiendo todos los que ayudaban, carne de carnero asado, cocido con verduras o carne de res en la misma forma, tomando copas de aguardiente y ayudando las mujeres haciendo temprano las tortillas y la comida para ir todos a levantar la cosecha.

Las bodas y bautizos reunían a la comunidad en alegre fiesta, se tomaba mucho aguardiente, como el comiteco elaborado con pulque; se comía tamales y se bebía chocolate. Se respetaba mucho el parentesco espiritual del compadrazgo y aún siendo hermanos, al ser compadres ya se trataban de usted; las mujeres sumisas al marido y respetaban a sus suegros como si fueran sus padres, vivían un tiempo en la casa de ellos y después de un año o dos, se separaban y hacían su casa siendo ya el marido un nuevo ejidatario.

© Marta Dolores Albores Albores.

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX (3)

RECUERDOS DE COMITAN DEL SIGLO XIX

La familia iba a vivir al rancho por largas temporadas en las que la casa grande se veía llena de actividad; cuando el patrón visitaba periódicamente sus propiedades y para su cuidado y de la casa, siempre hubo un ama de llaves. Cuando estaba la familia, por las noches se encendían los candiles y las luminarias de ocote en el ocotero que había al centro de la majada. La familia llegaba montada en caballos, mansos para las mujeres que iban sentadas en galápagos; los hombres en briosos caballos con elegantes monturas de sillas plateadas; los niños, sentados en la manzana de las monturas de los hombres o en sillas de mano, es decir, una silla cargada a la espalda de un mozo y cubierta con un toldo de tela para ser protegidos del sol. Los niños veían el camino por detrás y algunos se mareaban, los niños muy chicos eran transportados en cajones a ambos lados de una bestia de carga y bien protegidos del aire y sol.

En las fiestas patronales o de Todos Santos, el patrón mataba una res y se repartían en “coctaguin” que quiere decir en partes iguales a todos los mozos. El patrón también pedía a un sacerdote que llegara a su finca a bautizar a los niños y casar a muchas parejas que ya vivían juntas, y otros que se querían casar. Así se catequizaban con tiempo pues llegaba alguna persona que los preparaba para recibir estos sacramentos; había mujeres en Comitán llamadas catequistas que se dedicaban a esto, y se iban a las fincas por un tiempo para luego pedir la llegada del sacerdote que era recibido con mucha alegría. La casa grande y la ermita lucían llenas de juncia en los pisos, o festones de la misma y laureles en los pilares y flores silvestres. El señor cura ocupaba un lugar de honor en la casa grande y en la ermita los alférez, que así se les llamaba a los encargados del cuidado de la misma y de las festividades religiosas, preparaban el jocuatol (atole de maíz y piloncillo) y la música de tambores y flautas. Esto también sucedía en la fiesta patronal con entradas de flores de las rancherías y fincas vecinas, entonces la juncia llenaba de verdor los pisos y los festones de la misma en forma de arcos serpenteados.