Se denomina peluquero o peluquera a la persona que tiene por oficio el arreglo del cabello de las personas. En el caso de peluquerías masculinas, el peluquero se ocupa también del arreglo de la barba y bigote de los clientes, recibiendo igualmente el nombre de barbero.
A don Raúl Flores Narváez, de 76 años de edad, le ha tocado ver el cambio de generaciones y alteraciones al pueblo en el que comenzó a trabajar desde hace 56 años. La peluquería es el oficio que abrazó por cariño y tradición, ya que su papá y su hermano se dedicaban a ello.
Hoy a 56 años de iniciar su camino entre tijeras, máquinas, sillas, revistas y cabello, nos comparte su historia, la del peluquero en activo más antiguo de San Cristóbal de Las Casas.
«Decidí ser peluquero por tradición familiar, ya que mi papá y mi hermano se dedicaban a esto. Yo tenía 17 años de edad cuando comencé a trabajar en 1955», señaló.
La primer peluquería en la que estuvo se llamaba San Francisco; fue su papá el mentor que enseñara las artes y oficios del trabajo. Aquella peluquería estaba en la Avenida Insurgentes, que además fue la primer peluquería grande en los Altos de Chiapas. «Hubo una temporada donde trabajamos mi papá, yo y mi hermano, quien logró pagarse sus estudios y recibirse de profesor. En esa peluquería estuve hasta que falleció mi padre, después me fui a un local en la calle Cuauhtémoc, cerca de las antiguas oficinas de Correos de México, y después me cambie a este local donde llevo 30 años».
De acuerdo a la información, en 1955 el corte de cabello costaba $80 centavos, que alcanzaba para un kilo de azúcar o un cuarto de carne. El equipo de trabajo de una peluquería no era precisamente económico. «Mi silla de trabajo tiene 50 años, la compre al poco tiempo que comencé a laborar. En ese entonces me costó dos mil pesos, las máquinas para cortar cabello eran manuales y costaban $40 pesos, a los 10 años que iniciamos llegaron las máquinas eléctricas que costaban $60 pesos», indicó pensativo.
En la actualidad, don Raulito, como le llaman sus amigos, es conocido por su estilo único de trabajar, ya que para él un corte de cabello siempre se debe acompañar de una buena plática. Su local, ubicado en la Calle Cuauhtémoc Número 3 es reconocible por las famosas tijeras de madera en lo alto, el aroma a café recién tostado de sus vecinos y por las revistas de Kalimán, Condorito, Memin Pingüin y de lucha libre que tanto agradan a quien esperan pacientemente por su turno.
Como datos curiosos, en su peluquería cuenta con fotografías antiguas de San Cristóbal, otras de sus amigos y familiares. También billetes viejos de varias denominaciones y países tan lejanos como la India; demás de un reconocimiento por su trayectoria que le entregó la radiodifusora local XEWM hace tres años.
«Con la llegada de las estéticas, el trabajo disminuyó, hay más competencia, pero aún hay peluqueros tradicionales, muchos jóvenes que aprenden y siguen con este oficio, aunque en mi familia nadie siguió con la tradición», reflexionó.
Concluyó la entrevista con lágrimas en los ojos, al preguntarle qué significado tenía para él la peluquería.
«Para mí la peluquería es un trabajo bendito que me ha dado la satisfacción de ganar, de ser alguien, hacer amigos, me ha dado un lugar en la sociedad, y sobre todo, poder darle educación a mis hijos, por eso la peluquería para mí lo es todo».