«Bienvenido Conde Drácula» Lleno total en todas sus funciones

Una de las obras de teatro más importantes de Chiapas es “Bienvenido Conde Drácula” de la maestra Lola Montoya, este fin de semana se llevó a cabo el estreno de su edición 35, rindiendo homenaje a esta gran mujer, que dejó un gran legado en el mundo del espectáculo, y ante un lleno total en todas sus funciones, el equipo que integra “El teatro de lola” demostraron porque es la obra más icónica del estado junto con el tenorio cómico Chiapaneco.

Esta obra de teatro narra la historia de la llegada del conde Drácula a la casa de unos espantos chiapanecos, encabezado por la Tsiwua, tishanila o mejor conocida como la mala mujer, dentro de esta obra también aparecen “El Sobrerón”, “La llorona” hasta la muy conocida “Señora de las tijeras”.

Una característica de esta obra es el rescate cultural, el calor de los modismos; la forma de hablar de los chiapanecos, principalmente de la zona zoque, haciendo énfasis en las tradiciones: comidas típicas, la forma de tomar pozol, etcétera; a su vez retrata los mitos y leyendas de la región.

A su vez, la obra se va retroalimentando con todo el actuar, social, político y artístico, dándole frescura al evento, por lo que de una presentación a otra se pueden encontrar diversas variaciones en los diálogos, que puestos en escena generan las risas en la audiencia.

Por ello felicitamos a todo el equipo de esta obra 100% Chiapaneca, a la maestra Lola Montoya, que, pese a su partida del mundo terrenal, su nombre sigue triunfando, siendo la obra más taquillera del estado.

La leyenda de la carreta de San Pascualito

Haya por los años 1890 o 1900 era muy conocida la leyenda de la carreta de San Pascualito, les contaré mi experiencia con San Pascualito.

Una noche húmeda y cálida como siempre en Chiapas,para ser mas exacto en un pueblito llamado Tehuacan pasando el municipio de Cintalapa, si mal no recuerdo en los meses de marzo o abril, platicando con mi abuela acerca de cuentos y leyendas, y tras tanta insistencia ella se animó a contarme una de las tantas leyendas que sus abuelos le habian contado: la de San Pascualito.

Entusiasmado me senté a escuchar el increible relato que por mucho tiempo habia anhelado, asi pasaron horas de platica y la vez atención que pocas veces le prestaba a mi viejita. Pero llegó la hora de dormir y a pesar del miedo que sentía inconscientemente me hice el valiente para dormir solo en un cuarto de aspecto sombrio, espelusnante y tenebroso.

Cual fue mi sorpresa, en plena madrugada me levanté por un vaso de agua, eran como las 2 de la mañana, aclaro que estaba en un ranchito asi que ya imaginaran el tipo de casa: de madera vieja, rechinidos por doquier, olores raros y bichos por todos lados.

Pero asi trastabillando llegue a mi cama improvisada pegada a la pared que estaba a ras de calle. Al recostarme escuche claramente a lo lejos un ruido, si increible un ruido de una carreta, de una carreta jalada mínimo por un caballo.

Al momento que lo escuche entre en shock, como iba a poder ser real una leyenda que según yo era para espantar niños, cada vez escuchaba mas cerca el rechinido de las llantas de madera en las piedras de la calle, y el andar de la bestia que la halaba.

No podia ni con mi alma, el miedo cubrio todo mi cuerpo, empecé a sudar frio, pero como dicen la curiosidad mato al gato, logré asomarme unos centímetros a la venta para ver que iba en la calle.

Nunca he podido borrar la imagen tan extraña cosa, era una especie de carreta de madera jalada por un caballo, mas bien una silueta de caballo y arriba un sombra profundamente negra que la conducia sosteniendo en su mano derecha una especie de haza puntiaguda.

De inmediato me tire al colchón y me puse a rezar por cualquier cosa nos fuera a ser la de malas y asi me agarro el sueño.

Al otro día le conté a mi abuela y claramente me recordó algo, San Pascualito es la muerte, el se encarga de venir por los que ya estan muertos en vida, aquellos que ya no deben de estar en esta tierra, aquel que lo ve de seguro se lo lleva, se enferma y regresa por él.

Por: Jesús Torija

Leyendas de Chiapas: Origen de los «Parachicos»

Leyenda de doña María de Angulo

La leyenda cuenta que en la época colonial, doña María de Angulo, señora española bella ya adinerada, hermosa y muy católica que residía en la antigua ciudad de Guatemala, llegó al pueblo de Chiapa de la Real a mediados del siglo XVIII en busca de un afamado curandero indígena que aliviara a su pequeño hijo que era víctima de una extraña enfermedad. De la antigua Guatemala había pasado por Ciudad Real de Chiapa y por el camino real llegó doña María de Angulo con su pequeño hijo enfermo y sus sirvientes a Chiapas de la Real Corona

– ¡”Abrir paso, que v a pasar mi señora doña María de Angulo”!…

Refiere la tradición que el curandero llevó al niño a las curativas aguas del Cumbujuyú y después de haberse bañado durante nueve días el niño sanó de sus males.

Poco tiempo después, durante los 1767 Y 1768, azotó al pueblo de Chiapa una terrible plaga de langostas que entró por la cuenca del río Grande, la cual destruyó las siembras de maíz, fríjol, trigo y legumbres, misma que provocó al año siguientes una fuerte hambruna y en 1770 una epidemia que provocó la muerte de cientos de personas y la emigración a otros pueblos de otros tantos más.

De acuerdo con el censo de población de 1762 Chiapa tenía 7, 218 habitantes y en 1778 figuraba solo con mil 095 habitantes. Al tener conocimiento de esto doña María de Angulo regresó al pueblo, en agradecimiento por haber sanado a su hijo, con grandes despensas: maíz, fríjol, frutas, verduras y dinero, mismas que repartieron de casa en casa sus criados.

¡”Abran campo… Abran campo!, que mi ama doña María de Angulo va a pasar”.

Las mulas llegaban a Chiapas cargadas de animales domésticos y alimento. Por las tardes, las sirvientas y sirvientes bailaban y danzaban para la diversión de los niños, en recuerdo al hijo de doña María de Angulo, de allí el origen de la palabra “Parachico”: para diversión de los chicos.

¡Recordad, caballeros hijosdalgos, que los presentes son para los chicos”!.

Así, cada año se nombra a una joven a quien se le llama María de Angulo y en un carro alegórico recorre la ciudad, arrojando moneditas pintadas de color oro, dulces, confetis y golosinas.

Doña María de Angulo es uno de los motivos principales de la fiesta de Chiapa de Corzo, por ella desfilan carros alegóricos y parachicos y chuntaés donde recorren la ciudad.

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Leyenda de dominio popular

Leyenda de El Duende.

El Duende

Espiíta fabuloso, amo seductor de la tranquilidad y el consuelo, reposo y la frescura; interruptor de la ociosidad o la meditación, atentador de la paz y el sosiego… duende de odio que abatiste una costumbre, una necesidad, un deleite, doblegando al hombre a la fatiga sin reparo, al calor sin mitigación, a la mente sin libredumbre, a la desazón sin calma…

Nuestras tierras del Sur; sierras, bosques, selva y mar, ríos caudalosos y arroyos risueños, feraz todo como la imaginación y la ansiedad del hombre; precipicio de pasiones, altitud de amor; lucha y lucha contra los elementos, contra el sol que calcina y el calor que agobia. Pulmones atormentados, gargantas insaciables, ánimos que se vencen impotentes, laxitud de músculos. El hombre busca sus remansos, y los hay en las casonas con sus correderas donde desfila un céfiro que alivia, las sombras caprichosas de los frondosos mangos, almendros, cocoteros, y algún viejo laurel perdido, viento perfumado que rompe el sereno espejo de alguna fuente tendida. Y todas las costas, las hamacas.

Ellas recogen el aura que se encierra en los cópulos invisibles de la atmósfera y la pasean en su vaivén de un lado al otro de nuestros cuerpos agradecidos. Ellas nos dan placidez y la ternura del tiempo. A la caída de la tarde, en el principio de la noche, el calor abruma y atenaza y sólo la brisa de la hamaca nos consuela cuando empieza a penetrar el furtivo frescor de la madrugada con el fino sereno cargado de balsámica humedad.

Las casas de la costa, casi todas, son de paredes muy altas, sin cuartos distribuidos en su interior. Un cuadrado o un rectángulo lo aposentan todo, y si esta simple disposición agregamos un brillante piso de cemento o de rojizos ladrillos, y un techo de tejas coloradas, ya se tiene una casa fresca y confortable. Poco exigentes, en una esquina puede ubicarse una sala y en la opuesta el dormitorio; pero si se es escrupuloso de la privacía, un pequeño cancel formado por bastidores y lona encalada puede satisfacerla. Más donde quiera que se viva, debe haber una hamaca, que es en todos sentidos lo más funcional y alentador.

Hace muchos años, costumbre de todo el Sureste, era el uso generalizado de las hamacas. Se hacía uso de ellas para descansar y dormitar en las siestas y para dormir lo más tranquilo posible por las noches. Más ocurrió que, en la costa de Chiapas, un día dejaron de dormir sobre el lecho tendido que se mece. Desde entonces, todos se hicieron de una cama o un simple catre; como el que escoge su propio tormento. La hamaca se abandonaba cuando el sueño arribaba bajo los párpados sudorosos.

¿Por qué ocurrió este cambio lógicamente inexplicable? En todos los poblados del Sureste, desde la punta del Caribe, Yucatán, Campeche, Tabasco y el resto de Chiapas y Oaxaca, la hamaca es útil día y noche. Lecho placentero y necesario. Pero en nuestra costa se enreda por sí misma enjuta y abandonada o se desprende de sus amarras por las noches. Una sucesión de acontecimientos inexplicables ocurridos a mucha gente, hizo nacer la sensación de algo sobrenatural. Una leyenda sirvió para advertir la razón de esta importuna abstención.

Fue a Vicente, un trabajador oaxaqueño que desempeñaba el cargo de caporal en el rancho ganadero de don Fidel, llamado “Las Brisas”, a quien le pasó algo inusitado. El rancho estaba situado cerca del mar, por ende ahora germina el cambio con el hallazgo de nuevos mantos petrolíferos.

Dormía solitario este buen hombre en una apartada cabaña de madera y troncos de palmeras con techadumbre de guano. Su cuerpo fatigado se tendía sobre la hamaca traída desde su nativo Juchitán.

Una noche como tantas hay en el lugar, estrelladas en el cielo y silenciosas en el espacio, cuando todos los rancheros reponían las energías gastadas durante las faenas del campo, un ser invisible y misterioso se dio la tarea de mecer al cansado Vicente, quien soñando en una brisa salpicante de frescura, dejaba transcurrir su sueño entre el sonido de trac-trac-trac que con su amable monotonía, al rozar de los mecates con las vigas de donde se suspende el aéreo lecho, arrulla al durmiente como madre cariñosa. Más un vendaval empezó a cambiar el ritmo de la noche. Azotó las hojas de las palmeras y sacudió el tallo de los arbustos y el tronco soñero de los árboles.

El frío el aire se metieron entre los huecos de la hamaca y abrazaron el cuerpo inerte del durmiente. Abrió los ojos con azoro y reparó con miedo que una fuerza misteriosa lo estaba meciendo; pero entonces con tal fuerza, que el roto compás se alteraba en violentos giros a punto de estrellarlo contra el techo, creyendo que alguien le hacía una maldad, con ira comenzó a dar gritos y proferir insultos.

Quería ver la cara del bromista compañero de trabajo, que no reparaba en respeto alguno. Más temiendo que pudiera ser arrojado contra el techo, se dejó caer presa del pánico. Eran más de las 12 de la noche. Los demás compañeros que dormían en placidez de una quietud bienhechora, despertaron alarmados al escuchar los gritos de Vicente.

Miraron por donde venían los gritos e improperios y vieron al amigo transido de coraje, con el machete en la mano diestra, lanzando al aire imaginarias cortadas, tajos de muerte a quien no existía. Una luz mortecina de un viejo quinqué con su bombilla de vidrio iluminaba entre sombras al iracundo Vicente con la boca llena de espuma y los ojos desorbitados.

  • ¿Qué te pasa, Vicente? ¿Te has vuelto loco o acaso sueñas con una criatura del infierno? ¿A quién deseas matar, cuando estás solo con tu sombra?
  • Al hijo de tal por cual que me tiró de la hamaca y que por un pleito me mata…

Después de un largo silencio, en que nadie se atrevía a hacer conjeturas, Vicente reflexionando agregó: Pero si es q no veo a nadie… ni ustedes lo ven… ni hemos visto salir a nadie después de caerme de la hamaca… o es un fantasma o es el dueño de este lecho de muerte de quien me lanzado de él, molesto por haberme metido entre estas cuerdas… no, no ha sido un ser humano…

Todos rieron de buena gana. Para disipar el miedo que todos disimulaban, abrieron una botella de comiteco y libraron hasta la llegada el alba, que señalaba la hora primera de la faena.

Hechos iguales volvieron a suceder en una y otra estancia. La creencia de un ser fantasmal dio nacimiento a mil conjeturas del más allá. Alguien había muerto mientras lo mecían en una hamaca y había vuelto a vengarse de todos los que se arrullaban en el tendido lecho. El duende se llamó, aquel fenómeno deletéreo, nacido del más allá. De vaquería, como reguero de pólvora, corrió la versión acaso deformada, en mucho por la imaginación. De las rancherías pasó a los pueblos y ciudades.

Hubo quien diera señales de haberlo visto y adornó en su magín sus características: Alto y delgado, como todo se que deambula por el mundo de las fantasías; quién, que no solo no era alto sino pequeñito como un enano o más grande que un gnomo, como en lo viejos cuentos del Medievo. Otro que había platicado él y recogido la advertencia de que en las noches no consentiría que nadie durmiera en hamaca. Estas debieran estar vacías, porque allí posaban incorpóreos seres que en la vida sobrenatural, extrañaban la caricia de sus vaivenes.

Desde entonces, cuando alguien permanece más tiempo del que la tarde tolera, se le advierte que será lanzado de la hamaca por el duende. Las madres asustaron a sus pequeños hijos con las narraciones de esta aparición fantástica. De tajo se cortó el viejo hábito. Y la tradición arrastra la conseja y el temor, en una nueva costumbre: las hamacas por la noche se quedan, en la costa de Chiapas, vacías. La llenan los espíritus…

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Leyenda de dominio Popular.

«El Tuxtleco Polifacético» alias «Noquis»…

«Chiapas es en el cosmos
lo que una flor al viento.»

Del poema de Enoch Cancino Casahonda Canto a Chiapas.

Hace 82 años el poeta, político y doctor Enoch Cancino Casahonda nació en su entrañable Tuxtla Gutiérrez. Vivió su infancia y su juventud en la capital del estado donde aprendió a amar a su estado como solo el pudo, a tal grado que a sus 19 años compuso el poema que para muchos es el segundo himno del estado: el Canto a Chiapas.

Durante su vida «Noquis», como sus amigos y familiares lo conocian; logró obtener varios cargos y premios importantes como el Premio de la Ciudad de México en el género de poesía en el año de 1956, Premio Chiapas en la rama de arte en 1979 y el Congreso del Estado le condecoró con la Medalla Rosario Castellanos, por su obra literaria y humanística en 2008.

En homenaje a este distinguido chiapaneco, el gobierno Municipal y Estatal decidieron crear un parque para practicar deportes extremos con el nombre «Noquis» Parque Enoch Cancino Casahonda e implementar el Premio Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda.

«A esa bendita tierra
que cual ella me hiciera:
con un alma de cruz
y de montaña.»

Así se despide uno de los grandes chiapanecos de la poesía, de la política y de todo, por eso Enoch Cancino Casahonda «Noquis» es, el «Tuxtleco Polifacético».

Caballito de palo, memorias de Edilzar Castillo


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Con cariño a los amigos de infancia en Siltepec.

Las clases matutinas en la escuela primaria estatal “Angel Pola” habían terminado ese día soleado de abril, salimos jubilosos en busca de casa, quizá, por la costumbre ó tal vez por el aviso del estomago, pues, como dijo mi paisano el poeta, “estaba lleno de hambre”, los del barrio Las Nubes íbamos juntos, un poco para ir jugando; otro, para hacernos fuertes y defendernos de las maldades del Dago, quien siempre gozaba al humillarnos, basado en su mayor edad y fortaleza. Así, caminamos cada quien a su casa: El Derli alias Pishuta, el Rafa, el Mito, el Paco, el Rubén, el Milo, el Raymundo y el Ratón que era yo, cuando nos despedimos, sólo acordamos la hora y el lugar a donde nos veríamos esa tarde, en La Loma o en La Poza.

-¿Trajiste tus canicas?-, preguntó el Pishuta, -si, aquí las tengo-, y yo orgulloso, enseñaba aquella bolsita, la cual Mamá me había hecho con retazos de mezclilla, pues, a veces le sobraba cuando cosía algún pantalón, allí, guardaba mi valioso tesoro. La mayor parte eran de vidrio aunque pequeñas, también tenía algunas medianas, a las que llamaba Tiradoras; -Pongan sus entradas, cada uno ponía en el ovalo, el cual estaba trazado en el piso de tierra, una canica, después, como a tres metros se trazaba una raya, todos y en debido orden, desde el ovalo, tirábamos hacia esa línea; así empezaba el juego. La cercanía a dicha línea, otorga el derecho al primer turno, el objetivo era sacar las canicas de esa figura dibujada en el suelo.

Así estábamos toda la tarde, aunque la oscuridad empezaba a abrazarnos, entonces, mi hermana aparecía parada frente al campo de juego, inquiriéndome, -ya debes irte a casa- te habla Mamá, molesto, en contra de la voluntad, nos retiramos, regresar a casa a cenar y dormir para nuevamente acariciar en sueños el mosaico de juegos del día siguiente.

-A la siguiente tarde, dijo el Paco, ahora, montaremos los caballitos de palo, hechos con carrizo, arrancado con su raíz, donde moldeábamos la cabeza de mi Alazán, montado en él, corría y corría, sentía volar, estaba seguro, podía volar. En Semana Santa, a jugar “tipachas de cera,” cuyo material nos regalaban las abejas, grandes duelos se daban cuando nos enfrentábamos. Pero en tiempo del día de muertos, cuidado, debía estar pertrechado con varios barriletes o papalotes, porque en ese día deberían competir, a ver cual era más vistoso y volaba muy alto.

Todo eso sucedía en aquel recóndito pueblito de la sierra, ubicado justo a la mitad de su falda, porqué ahí, fue cuando mi llanto irrumpió su silencio, había nacido ese niño quien recibió la sonrisa de la vida, un día de febrero.

Viví con mis padres y hermanos, separado de mi abuelo materno, por la noche, mi madre
decía a los niños mas grandes, -¿»hoy a quien le toca ir a dormir con el abuelo»?,- él, vivía solo, y padecía excesivos fríos. Tal vez por las reumas que lo acompañaban, cuando estaba acostado se enfurecían y tocaban con fuerza sus huesos, mi abuelo realizaba una serie de malabares de botica para atenuar ese malestar, cuyos dolores arrebataban el sueño de la madrugada. Se untaba, linimentos, petróleo, limones, no se cuantas pomadas y grasas en sus coyunturas, yo, sólo observaba, después, dormía..

Aquellos fueron días tan mágicos; A mi paso sobre aquel empedrado donde el viento se enredaba en las ramas de los arboles, aunque después se iba, para escuchar los trinos de esas aves canoras, luego, sus noches estiradas de frio donde los perros aúllan, mientras el agua golpea las peñas, a la orilla del pueblo.

En domingos me iba a la plaza, paseaba en el parque, veía a las muchachas quienes estaban alegres y guapas, escuchaba música de marimba, saboreaba aquellos frutos entregados por la naturaleza; Quizá, para hacerme fuerte ante la adversidad. Todo eso sucedía, allá en mi pueblo.

Edilzar Castillo.

Imágen tomada del sitio oficial del H. Ayuntamiendo de Siltepec.

Leyendas de Chiapas, El cuento tradicional del tlacuache y el tigre

Cuento Chamula
Por Filoberto Guzmán Arcos

Había una vez en medio de la selva un tlacuache. Estaba encaramado en una mata de coconabe comiendo la fruta, cuando en un momento dado andaba paseando por ahí un tigre.

Al escuchar un ruidito alzó la vista y logró ver al tlacuache, y le hizo una pregunta:
—¿Qué andas haciendo en esa mata de coconabe?

El otro le respondió que estaba comiendo fruta.

El tigre volvió a preguntar:
—¿Qué es esa fruta?

A lo que le respondió:
—Son los coyoles

Entonces el tigre decidió comer uno también para saber si es sabroso el fruto.

Le pidió al tlacuache que aventara uno para que lo probara.
Entonces como el tigre llevaba mucha hambre lo quiso tragar entero, pero no pudo, quedó trabado en su garganta, de allí se quedó privado hasta que se sacó la fruta. Cuando se recuperó empezó a perseguir al tlacuache para comérselo. Pero como el tlacuache andaba deteniendo una piedra para construir su casa, cuando llegó el tigre, éste le preguntó qué estaba haciendo. Entonces el tlacuache le pidió ayuda al tigre para que él pudiera ir a buscar unos palos. Pero de allí ya nunca volvió, entonces el tigre decidió soltar la piedra, pero como le había dicho que no fuera a soltarla porque se quedaría aplastado, no lo hizo, pero se había cansado, entonces la soltó y pegó un brinco pero la piedra siguió en su lugar.
Entonces el tigre se enfureció y persiguió al tlacuache hasta encontrarlo. Al fin el tigre encontró una galera en medio de un cañaveral, y allí estaba el tlacuache cruzado de piernas, tocando guitarra porque allí iba a realizarse una fiesta de boda. Entonces el tlacuache dijo al tigre que si quería tocar la guitarra, porque él iba a alcanzar al padre y a los que iban a contraer matrimonio. Pero le dijo que no dejara de tocarla y que no fuera a voltear la vista hasta que escuchara el primer cuetazo, y así lo hizo, cuando escuchó ese ruido volteó la vista, pero estaba rodeado de fuego, entonces dejó tirada la guitarra y se echó a correr saliendo todo chamuscado y muy molesto, iba con mucha decisión de encontrar al tlacuache y comerlo, por lo que se dedicó a perseguirlo.
Por fin llegó a una lagunita y casi en medio de ella se encontraba un árbol, entonces el tigre quiso tomar un poco de agua, cuando de pronto se dio cuenta que el tlacuache estaba allí, debajo del agua, entonces el tigre se puso a beber toda el agua, pero no pudo terminarla, se llenó mucho de tanta agua. Se acostó boca arriba, y se dio cuenta que arriba del árbol estaba trepado el tlacuache. Entonces el tigre le dijo que bajara de allí, pero el tlacuache no quiso. Entonces el tlacuache dijo que sí, pero que el tigre se lo tragara entero, y así lo hizo el tigre, se lo tragó vivo y entero. Al rato el tigre fue a arrojar, y ahí quedó tirado el tlacuache por un momento, y después le dijo al tigre:

—Te gané de nuevo.

Al volver la vista el tigre, vio cómo salió corriendo el tlacuache.

Fuente:
González Casasnova Henríquez, Pablo (compilador): Historias, Leyendas y cuentos de las comunidades de Chiapas.
México, UNAM / Universidad Autónoma de Chiapas, 1998.