Una tradición de la otra Semana Santa en Cacahoatán
- Fotografías: Sergio Arreola
- Texto: Ameht Rivera
Una tradición de orígenes disipados en la bruma de los años que ya no son, aquéllos tiempos que sólo persisten en la mirada infinita de los abuelos cacahoatecos. Los gracejos. Un baile burlesco en los perímetros de tu cuadra; maestros albañiles, paleteros y tricicleros, olvidan la diversidad de sus oficios para sumarse a la unanimidad de un grupo ataviado de ropas femeninas y máscaras de la mujer maravilla; un espectáculo de la otra Semana Santa que se vive en Cacahoatán, heredada (luego) a otros pueblos del Soconusco.
El espectáculo es enteramente surrealista, personajes andróginos vestidos con la ropa menos pudorosa de sus familiares femeninos; cintos dorados, faldas alejadas del recato de las rodillas, corpiños rellenos de papel higiénico, medias raídas, de ésas que usan los rateros para ocultar su desvergüenza, máscaras en gestos detenidos de tristura, algarabía, o fatigosa mesura.
Por una cuota asequible la marimba se estaciona en tu banqueta a tocar canciones del repertorio popular, pero que indistintamente se bailan al estilo fox-trot del Ferrocarril de los Altos de Domingo Batancour. Entre la plebe no falta el clásico bolo que se enamora de un gracejo, el espectáculo transcurre y las banquetas están satisfechas de curiosos, aparece El Diablo vestido todo de rojo -por estos rumbos el rojo es el diablo- que luego sale, como vomitado, de entre la muchedumbre para irse a chupar una paleta porque no aguantó la resolana.
Si tienes suerte entre el grupo estará La Novia vestida de nupcias, desgarbada, armado con un niño de polietileno y paraguas estilo victoriano. Si es Sábado de Gloria se aparece La Viuda, otro personaje notable, vestida toda de luto con un huérfano de utilería en brazos; la pieza termina, bien o mal ejecutada por avaros marimbistas, se oye la rechifla y un sonido singular -difícilmente reproducible en una onomatopeya- emerge, acaso comprable con la risa de las palomas habaneras (quien haya asistido a una gracejeada y tenga en casa una paloma habanera sabrá comprenderme).
Entre los espectadores la opinión es siempre dividida, está el religioso que viene saliendo del culto y se escandaliza porque ve cumplida la abominación de la Biblia que lleva bajo el brazo sentenciada en Deuteronomio 22:5 y el ciudadano secular proclamando contra todo pronóstico que la tradición debe conservarse, porque como dicen: “ya no salen tantos gracejos como en otros años”; una de dos, o se está perdiendo la tradición o el pueblo ya tiene más lejos las orillas. Los gracejos, en Cacahoatán, siempre andan en coloridos y populosos grupos, con los borrachos que se escaparon de la patrulla y niños que no obedecieron a sus madres, los hay a veces hasta de grupo por barrio.
La marimba calla y todos en rededor piden la ñapa, sujeta ésta a la buena voluntad de los marimberos. El bolo vuelve al gracejo del que se enamoró y ahora baila con más furia, poniendo sus manos hasta donde la espalda pierde el pudoroso nombre. El Diablo se pasea entre la muchedumbre menando la cola con su mano y de vez en cuando dándose el tiempo para asustar a algún chamaco suelto de las manos de su mamá. La gente aplaude el espectáculo burlesco, los marimberos levantan a la marimba en hombros, como un muerto, y se van a probar suerte a otra cuadra con la larga cola de gracejos que los persiguen.
El verbo “gracejear” no se conoce, sino por las tierras del Soconusco. Sé que en Huixtla les llaman “Los Judas” o “Chavaricos”, Unión Juárez y Tuxtla Chico también se han vuelto a la tradición de la gracejada emanada de la tierra donde abunda el cacao, una tradición donde se saludan el sonido prehispánico de la marimba -malamente atribuida a los africanos-, y la gracia de su gente; seguramente por eso un ilustre desconocido los bautizó con ese nombre, que según el diccionario de la Real Academia de la Lengua significa: Gracia, chiste y donaire festivo en hablar o escribir. El gracejo es pues, un payaso de la vida, un mimo que aprendió a reír, un juglar de cuadra en cuadra, un bufón que tiene por oficio devolverle la sonrisa al pueblo.
Aquí donde no hay teatros, ni obras para ser representadas, la gracejeada en los días de Semana Santa suple, de gracioso modo, la necesidad de la plebe de congregarse en torno a un espectáculo al aire libre. Diré algo a título de curiosidad, porque no encontrando un elemento que vincule a los gracejos con los días de la Semana Mayor, ni en su actuar, ni en su graciosa indumentaria, recuerdo que una vez un pastor evangélico me dijo señalando con el dedo acusador a los gracejos “esos son los demonios que Cristo echó fuera y festejan que fue crucificado”. Yo no lo creo.
- Sergio Arreola (Cacahoatán, 1991) Estudiante del último semestre de la Licenciatura en Comunicación (UNACH), Fotógrafo e integrante del Colectivo del Revés (Tuxtla Gutiérrez).
- Ameht Rivera (Cacahoatán, 1982) Ha publicado los poemarios: “Alebrijo Librejo”(Ocozocoautla, 2011) Editorial Public Pervert. Y “Rosas i Spinettas” (Puerto Rico; 2012) Editorial Espejitos de Papel. Director del periódico regional EnSUMA.